En los manicomios abundan los orates que se identifican con Napoleón o con Bolívar. Es el sitio adecuado para también alojar a los que se creen Aureliano Buendía o siguen a pie juntillas las ficciones de Gabriel García Márquez, como el que hoy nos desgobierna desde la Casa de Nariño.
Su desequilibrio mental es evidente. Bastaría para acreditarlo la reseña de las estupideces que a diario recita en X o en sus delirantes y tediosos discursos. Lo suyo no son trinos, sino graznidos cacofónicos. Es una verborrea mal hilvanada que no se acompasa con la fama que antaño distinguía a los dirigentes colombianos.
En otra oportunidad he llamado la atención acerca de que es un gobernante espurio e indigno al que debería juzgarse y separarse del cargo por las vías constitucionales. Pero, como acaba de señalarlo el expresidente Gaviria en un comunicado dirigido a la opinión pública, nuestro régimen constitucional está en veremos porque de hecho el que hoy dice ser Aureliano Buendía pretende sustituirlo por lo que disponga la democracia tumultuaria que está promoviendo a lo largo y ancho del territorio nacional.
No me canso de repetir que se trata de un comunista recalcitrante que procura disfrazar su obsoleta y letal ideología presentándose como seguidor de la teología de la liberación, que según lo ha demostrado Ricardo de la Cierva es comunismo mondo y lirondo.
Es posible que ingenuamente haya intentado engañar al Santo Padre, que hace algún tiempo escribió que había que desenmascarar al comunismo que se estaba infiltrando en la Iglesia so pretexto de la solidaridad humana, No hay que olvidar que su eminente predecesor, León XIII, produjo la Rerum Novarum para ofrecer una vía católica que superara los excesos de un capitalismo salvaje y los fatídicos errores del comunismo.
S.S. León XIV debe hoy afrontar un capitalismo que en distintos países ignora las necesidades de los menos favorecidos por la fortuna y un comunismo renaciente que aprovecha esas circunstancias para predicar la lucha de clases y la transformación revolucionaria de la sociedad. No otra cosa aparece en el ideario, si así se lo puede llamar, de quien hoy nos está llevando hacia el caos.
No estamos bajo el mando de un pensador profundo e ilustrado, ni de un estadista consumado, ni de un administrador eficiente, sino de un demagogo charlatán que con su palabrería pulsa las fibras del resentimiento popular contra los que moteja de oligarcas esclavistas. El suyo es un discurso incendiario que gana los vítores de la plebe y puede conducirnos al caos.
El desmoronamiento institucional que promueve nos conduce hacia dos extremos del todo indeseables: la anarquía y la dictadura. La primera ya se advierte con la ubicua presencia de grupos criminales que ejercen control territorial a ciencia y paciencia del desgobierno que dizque quiere negociar con ellos una «paz total», que no es otra cosa que su rendición ante el crimen. La segunda se pone de manifiesto en el talante despótico de un funcionario que desafía toda normatividad propia de un Estado Social de Derecho como el que se ordenó bajo la Constitución de 1991.
Recuerdo un escrito del profesor Mauro Torres en «El Tiempo» en el que señalaba el impacto que en la violencia colombiana de mediados del siglo pasado produjo la oratoria desorbitada tanto de Laureano Gómez como de Jorge Eliécer Gaitán. La palabra agresiva precede al puñetazo. No otra cosa puede esperarse del lenguaje soez que en el alto gobierno se emplea contra quienes manifiestan desacuerdo con sus muy discutibles iniciativas. Razón de sobra tiene Alejandro Gaviria cuando afirma que el que nos desgobierna enturbia el debate político. Pero no otra cosa cabe esperar de quien recaudaba extorsiones a punta de salivazos en la cara de sus víctimas cuando participaba en el feroz M-19, según denuncia que leí hace tiempo en una red social.
Nos esperan tiempos tempestuosos que podrían traer consigo una guerra civil. Los bandidos del M-19 decían seguir el ejemplo de los facciosos liberales que desataron guerras civiles en el siglo XIX, los tales Aurelianos Buendías con los que se identifica el guache que hoy pretende mandar la parada en nuestra patria.
Ahora anda con el cuento de denunciar el pecado capital de la codicia, olvidando que él personifica otros igualmente graves o quizás peores, como la lujuria, la gula que lleva al consumo de drogas psicoactivas, la ira, la envidia o la soberbia, que se traduce en egolatría y pasión desordenada por el poder. Recomiendo repasar el tema de los pecados capitales en el interesantísimo libro del padre Spitzer S.J. sobre cómo obran Dios y Satán en nuestras vidas que estoy ahora leyendo. A pesar de su lambonería con el Vaticano, creo que sus acciones vienen inspiradas no por Dios, sino por Satán, al que el Evangelio denomina el Príncipe de la Mentira.
La nuestra es una democracia enferma. Uno de los más graves síntomas de su enfermedad es haber llevado a este personaje a la presidencia. No me cabe duda de que la más profunda y letal de nuestras dolencias es la crisis moral que se hace patente en la corrupción que por todas partes nos agobia. Creo que no exageran los que piensan que estamos hoy frente al gobierno más corrupto que hayamos podido conocer y sufrir.