El terrorista «Pepe» Mujica

El terrorista «Pepe» Mujica

Durante años, la figura de Pepe Mujica fue vendida al mundo como la encarnación del político austero, del sabio rural, del presidente filósofo que vivía en una «chacra» y donaba su sueldo. Esa caricatura de abuelito bonachón que manejaba un escarabajo viejo cautivó a incautos de izquierda y progresistas románticos en América Latina y Europa. Pero detrás del mito hubo otra historia, mucho menos idílica y profundamente perturbadora: la de un hombre que participó en actos criminales, que empuñó las armas contra la democracia, y que jamás mostró arrepentimiento genuino por el terrorismo que desató en el Uruguay de los años sesenta y setenta.

José Mujica fue un bandido del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, una organización terrorista que adoptó la vía armada como método de acción política. No se trataba de un grupo de soñadores idealistas. Los Tupamaros fueron responsables de robos, secuestros, detonaciones y asesinatos, acciones violentas presentadas como una «lucha contra la opresión». 

Mujica participó activamente en esa maquinaria de violencia. Fue capturado en varias ocasiones, implicado en asaltos armados como el del Club de Tiro Suizo y la toma de Pando, que dejó muertos y heridos. Su historial no fue el de un luchador por la justicia, sino el de un facineroso armado, el de un canalla convencido de que podía imponer su ideología a sangre y fuego. Mujica jamás aceptó su responsabilidad por los hechos en los que participó. 

Nunca pidió perdón. Jamás expresó un arrepentimiento claro, sin ambigüedades, por el sufrimiento que sus acciones generaron. En lugar de eso, se refugió en el humor fácil, en la frase rústica, en el tono socarrón. Disfrazó su pasado violento con una retórica campechana que conquistó a periodistas superficiales y a analistas desmemoriados.

Convertido en presidente entre 2010 y 2015, supo capitalizar la imagen del «presidente más pobre del mundo» para consolidar un relato de santidad laica que resultaba tan rentable como falso.

Durante su mandato, promovió leyes divisivas como la legalización del aborto y la marihuana, y permitió el deterioro de la seguridad pública. Bajo su gobierno, el narcotráfico ganó terreno, y la impunidad se expandió. Mujica hablaba de filosofía oriental mientras el país enfrentaba el avance de la criminalidad y el debilitamiento del Estado de derecho.

Muchos lo presentaron como símbolo de honestidad y compromiso social, ignorando deliberadamente su pasado como parte de una organización terrorista que contribuyó al colapso institucional del país. Fue tratado en foros internacionales como un «sabio del sur», cuando en realidad nunca dejó de ser un comunista radical y resentido cuya visión del mundo estuvo marcada por el dogma revolucionario y la nostalgia por la violencia como herramienta de acción política.

Su mito fue una operación mediática. Mujica convirtió su biografía terrorista en capital político, explotando la compasión y el olvido. La austeridad en lo personal no puede borrar la inmoralidad en lo histórico. Que viviera en un rancho no elimina las responsabilidades por su papel en una guerrilla que secuestró, asesinó y sembró el terror. Fue parte de una generación que, creyéndose iluminada, pisoteó las reglas de la democracia.

La muerte de Mujica cerró un ciclo que comenzó con balas y terminó con aplausos internacionales. Pero los homenajes y las lágrimas no deben nublar la verdad. No fue el viejo sabio que muchos quisieron ver, sino un hombre de pasado turbio.

Mujica fue un hombre que eligió el camino de la violencia, y que más tarde, supo vestir su pasado con la túnica del abuelo bueno. Pero la sangre no se borra con frases poéticas ni con escarabajos destartalados.

@IrreverentesCol

Publicado: mayo 14 de 2025

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