¿No es momento de que las facultades de Ciencia Política, que durante décadas respaldaron el discurso engañoso de Gustavo Petro y el proceso de paz con las FARC, lideren un análisis crítico? ¿No deberían desmontar el uso totalitario del concepto ‘golpe blando’ que Petro emplea torpe y abusivamente para descalificar a sus opositores?
El concepto de ‘golpe blando’ es una abstracción teórica nacida de la reflexión académica. El politólogo Gene Sharp lo definió como un conjunto de estrategias no violentas para desestabilizar gobiernos sin recurrir a la fuerza militar. Estas incluyen campañas de desinformación, protestas organizadas, presión judicial y manipulación mediática, todas diseñadas para aparentar legalidad mientras buscan derrocar un régimen. La Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia (1989) popularizó esta idea en la ciencia política por su sutileza frente a los tradicionales golpes de Estado. Sharp explicó que un ‘golpe blando’ sigue etapas claras: generar malestar social, acusar al gobierno de autoritarismo, movilizar protestas y forzar la renuncia del líder, todo bajo una fachada de legitimidad.
En esos términos, Iván Duque fue víctima de un ‘golpe blando’ dirigido por los senadores Petro, Gustavo Bolívar y la bancada de las FARC. Un caso similar es la Revolución Naranja de Ucrania (2004), que combinó protestas masivas, denuncias de fraude electoral y presión internacional para anular elecciones. Es decir, un ‘golpe blando’ ocurre cuando actores civiles, medios y élites se coordinan para desestabilizar un gobierno sin tanques en las calles.
Petro, experto en estas tácticas, las aplicó como opositor a Duque. Junto a Bolívar y las FARC, impulsó narrativas de ilegitimidad, acusando a Duque de fraude y corrupción, y apoyó protestas masivas en 2019 y 2021 para desestabilizarlo. Estas acciones, con apariencia democrática, encajan con las etapas de Sharp.
Ahora, como presidente, Petro manipula el concepto y califica de ‘golpe blando’ cualquier crítica o acción legal en su contra. En 2024, denunció un supuesto ‘golpe’ por investigaciones del Consejo Nacional Electoral sobre irregularidades en su campaña de 2022, pese a que estas siguen el debido proceso. Hasta Dejusticia, afín a Petro en campaña, critica esta retórica, reconociendo que usa el término para deslegitimar a medios, gremios y congresistas que cuestionan sus reformas económicas, no para derrocarlo.
La estrategia petrista erosiona la confianza en la institucionalidad democrática, presentando críticas legítimas como conspiraciones. Petro y la izquierda transforman un concepto académico en una herramienta retórica que distorsiona su significado original y debilita el debate político.
A la academia —tan quisquillosa, crítica y ‘progre’, enemiga del uribismo, opuesta al ejercicio firme de la autoridad e indignada con la política de libertad económica— la veo callada ante esta burda tergiversación de Sharp.
¡Profesores, es tiempo de que hablen!