Yendo a algo más profundo que elucubrar sobre los problemas actuales de las democracias occidentales, reconozcamos que una nación y las sociedades que la integran no pueden avanzar sin educación pues caen al infinito vacío de la pobreza intelectual. Y no me refiero al concepto general de ir a una escuela sino a la acción de educar como el conjunto de acciones y factores que elevan la cultura promedio con que se comporta toda una sociedad.
Y si la pregunta es cómo inspiramos a los demás a hacer lo correcto, cuando la ciencia vuela a velocidades exponenciales y la política parece retroceder, la única respuesta es incentivar el deseo de saber más para mejorar nuestra condición humana.
Para ello tenemos que comprender que vivimos en la era del conocimiento y por tanto es esencial que la educación se centre en comprender cómo nos comunicamos y que pueden cambiar los países por medio de la ciencia y la tecnología, y que eso solo se logra desarrollando la capacidad de adaptarse a una era digital que no es nueva, empezó en 1960 y ponerse al día con la era genómica que es la que descubrió el lenguaje de la vida. (En 1956 William Shockley y sus asociados ganaron el premio Nobel de Física, convirtiéndose en el padre del transistor de silicio o Semiconductor, que es la unidad del poder global en la actualidad).
La comunicación hoy es: personal por medio de los sentidos y sus expresiones directas o presenciales; análoga por medios de conducción la voz y la energía (minutos); digital (bits) por medios de transporte de mensajes en código de dos dígitos; genética que consiste en desmembrar los cuatro componentes del AND para entender y codificar la esencia de la vida, A,T,G y C. (Adenina, Timina, Guanina y Citocina) gracias a lo cual Yamanaka descubrió que las células madres saben cómo fabricar cada partícula de un ser viviente; y pasamos ahora a la comunicación y la analítica cuántica por medio de “qubits” que son la medida a nivel atómico que nos permite entender y codificar iones atrapados, fotones, átomos artificiales o reales y cuasipartículas.
No pretendo confundir al lector, solo aterrizarlo en la realidad de lo que significa hoy la educación, las comunicaciones, el conocimiento y por tanto la ruta de la cultura que podemos elegir tomar para desarrollarnos o que podemos despreciar y embrutecernos y empobrecernos, pues está en nosotros comprender y determinar el impacto que la tecnología ya tiene y tendrá en nuestras vidas.
Está en la cultura media de nuestra sociedad la capacidad de determinar éticamente cómo participar en la guerra entre lo lógico y sensato y el fundamentalismo extremo, que lleva los pueblos a ser libres o a ser víctimas de una forma de esclavitud caracterizada por la ignorancia.
La negación de la excelencia es renunciar al progreso, y aquí el mal llamado progresismo solo habla de paz mientras promueve revolución, drogadicción, violencia, narcoterrorismo, deforestación, odio y resentimiento.
Adaptarse al cambio no es cuestión de quedar bien con mentiras o de adaptar la verdad a la conveniencia ideológica, individual o incluso a las posiciones extremas que por lo general medran juntas en la canoa del populismo.
Si la educción no está fundamentada en el conocimiento de las nuevas tecnologías nunca florecerá la cultura, la sociedad, y menos los individuos esclavizados por su ignorancia.
Colombia en los tres años de Petro, despreció la importancia de la educación universal, la salud pública, la nutrición infantil y la seguridad ciudadana. Hoy el país se desconecta del continente y del mundo porque cambiamos la disciplina del estudio por la rumba, no habla inglés y solo unos cuantos entienden la importancia de la codificación.
Mientras el mundo científico y tecnológico avanza vertiginosamente aquí la cobardía y la indolencia de unos y el resentimiento de otros, nos remite a aceptar el sistema de Petro que nos relega a la protesta social, nos enfrasca en la doctrina retrógrada del Socialismo del Siglo XXI, y alimenta una nueva casta cleptócrata sin agallas que deja al Estado sin la capacidad de proveerle lo esencial a la gente, con lo cual estamos condenando 50 millones de personas al embrutecimiento y al empobrecimiento físico e intelectual, colectivo e individual.