Sería necio pretender hacer un escalafón de las mejores teorías, reflexiones o planteamientos del maestro Mario Vargas Llosa, quien, además de ser un gigante de las letras, era sin duda un formidable analista de la realidad política latinoamericana.
Agosto de 1990. Vargas Llosa fue invitado al debate “La experiencia de la libertad”, organizado por una revista mexicana y transmitido en vivo por Televisa. Entre sus compañeros de panel estaban Octavio Paz, Enrique Krauze, el historiador británico Hugh Thomas y entre 15 y 20 personas más.
Fue, sin duda, uno de los actos académicos más importantes llevados a cabo en México.
Para ese momento, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) llevaba la friolera de 60 años en el poder. Sexenio tras sexenio, el partido fundado por Plutarco Elías Calles ratificaba su hegemonía. Para los mexicanos, el PRI se había convertido en algo tan suyo e intocable como la Morenita.
Reflexionando sobre la transición democrática que empezaba a registrarse en Europa del Este y en algunos países de Sudamérica, Vargas Llosa lanzó su teoría de la dictadura perfecta: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro. Es México, porque es una dictadura disfrazada de democracia”. Para rematar, añadió que “tiene el ropaje, las instituciones, una prensa que en apariencia es libre, un parlamento, partidos políticos, elecciones, pero en realidad es una dictadura”.
La reacción instantánea no fue muy amable. Los anfitriones se sintieron ofendidos. Octavio Paz reviró, diciéndole que la definición resultaba exagerada, puesto que los mexicanos vivían en democracia bajo la “dominación hegemónica de un partido”.
Pero la percepción de Vargas Llosa era acertada. Aunque se celebraban elecciones, no había alternancia. El poder central ejercía un control férreo sobre los medios de comunicación, particularmente sobre Televisa. Desde el gobierno se promovían reconocimientos, dádivas, nombramientos, premios y bonificaciones al mundo cultural. Así, los pensadores, analistas y académicos estaban, de alguna manera, en la nómina oficial.
Y lo más poderoso: la simulación de pluralismo. Todo estaba permitido, siempre y cuando no se saliera un milímetro de los linderos del PRI.
La genial hipótesis resultó una carga de profundidad. Desde el gobierno de Salinas de Gortari lanzaron fuertes descalificaciones contra el maestro. Lo tildaron de exagerado, de mentiroso, y algunos llegaron a decir que el escritor peruano era un demente. Y como si quisieran darle la razón, algunos voceros del PRI exigieron su encarcelamiento o deportación inmediata.
Lo cierto es que, más que una radiografía puntual, Vargas Llosa se adelantó casi una década a lo que sucedería con la aparición del repugnante socialismo del siglo XXI, que se extendió como una infección pestilente por buena parte de Sudamérica.
Todos esos regímenes empezaron como dictaduras perfectas. Tras afianzar su dominio, aplastar la disidencia, someter a la justicia y borrar cualquier opción de alternancia, desembocaron, como tantas veces en la historia, en la satrapía más rancia.
Ya cayeron Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Ecuador y Argentina están tratando de salir de esa alcantarilla en la que estuvieron durante décadas. Colombia, que hasta 2022 fue tierra infértil para ese socialismo, terminó por caer. La pregunta no es inoportuna: ¿logrará Petro establecer una dictadura perfecta?
Publicado: abril 16 de 2025