1. La alternativa es entre rigor o diletancia
En la arena política se juega el destino de las naciones. No todos los actores llegan con la misma preparación ni enfrentan las tormentas con igual temple. La historia ofrece un contraste nítido entre el profesional político, forjado en el rigor del estudio, la vocación de servicio y la fortaleza ante la adversidad, y el bisoño, el outsider que confunde el liderazgo con la popularidad, el boato y los halagos de la fama.
Dicotomía que no es solo una cuestión de experiencia, sino de carácter y propósito, una elección entre el rigor que construye y la diletancia que deslumbra, pero no perdura.
2. El profesional político: la forja del líder vocacional
El profesional político es un artesano del poder, alguien que ha dedicado años al estudio de la historia, la ciencia política, la economía y la gestión del Estado. Su vocación no nace del ansia de aplausos, sino de un compromiso profundo con el bien común. Ejemplos como Winston Churchill y Álvaro Uribe Vélez encarnan este ideal.
Churchill navegó derrotas devastadoras, como la campaña de Gallipoli, y emergió de sus cenizas con una claridad de propósito que salvó al Reino Unido en su hora más oscura. Su conocimiento histórico y su carácter de hierro lo sostuvieron cuando otros habrían flaqueado.
Uribe, enfrentando una Colombia fracturada por la violencia, aplicó una visión estratégica y una determinación inquebrantable para restaurar la seguridad, asumiendo críticas feroces y reveses políticos con la madurez de quien sabe que el liderazgo no es un concurso de popularidad.
Son líderes que comparten virtudes esenciales: una verdad interior que guía sus decisiones, una capacidad para transformar derrotas en lecciones y una visión de largo plazo que trasciende el brillo efímero del momento. El poder, para ellos, es una herramienta, no un fin.
3. El bisoño: el espejismo de la superficialidad
Frente a los líderes políticos se alza el antipolítico o bisoño, el político novato que llega a la escena pública sin el bagaje del rigor ni la fortaleza del carácter. Seduce con carisma, promesas grandilocuentes o un aura de outsider que promete romper moldes, pero su falta de sustancia lo traiciona. Joseph Estrada y Fernando Collor de Mello son ejemplos elocuentes de ese perfil.
Estrada, estrella de cine filipina catapultada a la presidencia en los años noventa, confundió el gobierno con un plató de rodaje. Su administración, marcada por el despilfarro y la corrupción, colapsó bajo el peso de las críticas y los “escraches” que no supo enfrentar, revelando una fragilidad incapaz de soportar la presión del liderazgo real.
Collor de Mello, el joven presidente brasileño de 1990, llegó al poder con una imagen de modernidad y dinamismo, pero su gobierno se hundió en escándalos de corrupción y una gestión errática. Prometiendo combatir la inflación con medidas espectaculares como el “plan Collor”, no resistió las críticas ni los debates, y su renuncia en 1992 ante un impeachment mostró su incapacidad para lidiar con la adversidad.
El bisoño se ahoga en las derrotas porque carece de raíces profundas. Los insultos, las críticas y los reveses lo apabullan, y su legado, si lo hay, se desvanece como un castillo de arena frente a la marea.
4. Rigor versus diletancia: una elección crucial
La diferencia entre estos dos arquetipos no es solo personal, sino estructural. El profesional político construye instituciones, deja mejoras tangibles y enfrenta las dificultades con la cabeza alta, consciente de que el servicio público exige sacrificio. El bisoño, en cambio, se pierde en los placeres del boato cortesano, los viajes ostentosos y los “besamanos” de las élites, confundiendo la popularidad con la legitimidad y el espectáculo con el progreso.
Las crisis exigen respuestas sólidas, y la elección entre rigor y diletancia es de vida o muerte para las sociedades. Los Churchill y los Uribe nos recuerdan que el liderazgo verdadero nace del estudio, la autenticidad y la resiliencia. Los Estrada y los Collor nos advierten del peligro de confiar en quienes, deslumbrados por su propia imagen, carecen de la profundidad para gobernar.
La política no es un juego de amateurs. Es un oficio que demanda preparación, carácter y una brújula moral. Frente a la encrucijada del presente, las sociedades harían bien en distinguir entre quienes están listos para cargar con el peso del poder y quienes solo buscan lucir su corona.