De las tinieblas a la luz

De las tinieblas a la luz

Uno de los fenómenos religiosos más interesantes es el de la conversión a la fe católica desde el escepticismo, la indiferencia o la pertenencia a un credo erróneo, que puede darse súbitamente o de modo paulatino. Es un proceso de iluminación que altera toda la estructura de la personalidad, bastante documentado por cierto.

Del tema trata un libro del padre Spitzer S.J. que acabo de recibir vía Kindle: «Christ versus Satan in our dairy lives: the cosmic struggle between good and evil».

No pude resistir la tentación de iniciar su lectura y, afortunadamente, su proemio resume con claridad su contenido. Ahí señala que la conversión se da en tres etapas: conversión intelectual, conversión espiritual y conversión moral.

La primera toca con la aceptación de la existencia de Dios, la del alma y la de Nuestro Señor Jesucristo. 

Muchos niegan a Dios o consideran que no interesa para la vida cotidiana, pues no hace acto de presencia en lo que le acontece. Descartan los sólidos argumentos que ofrecen libros como «Nuevas Evidencias Científicas de la Existencia de Dios», de José Carlos González-Hurtado, que hoy se consigue en nuestras librerías. Muchísimo menos les impacta lo que se dice en el evangelio de san Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3,16). Es decir, desconocen que Dios es amor (vid. Encíclicas de Benedicto XVI).

El materialismo que predomina en los círculos académicos y permea la cultura contemporánea sostiene la tesis del filósofo Searle según la cual somos apenas unas bestias biológicas. El yo, como lo afirma el neurólogo Llinás en un libro que circuló profusamente hace algún tiempo, es un mito. Todas nuestras funciones mentales obedecen a fenómenos físico-químicos que se dan en el interior de nuestros cerebros. Así las cosas, hablar del alma es referirse a algo ilusorio, fantasioso. 

Pero, ¿qué tal que ella sea real y además sobreviva a la muerte biológica? Las experiencias cercanas a la muerte ilustran bastante bien al respecto, tal como lo ilustra, entre muchos otros, el libro de Kenneth Ring Ph. D. titulado «Lessons from from the Light», que también puede conseguirse en Amazon Kindle.

La conversión supone la creencia en que el alma sobrevive a la extinción de la vida corporal y tiene un destino eterno marcado por la construcción que hemos hecho de nosotros mismos a través de nuestras acciones. Bien dicen algunos filósofos que cada uno de nosotros se define por lo que hace, lo cual depende de aquello en lo que cree. Conviene agregar que nos llevamos lo que edificamos en nuestro interior.

El tercer estadio de la conversión intelectual versa sobre la aceptación de Nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios y de las verdades que postula la Iglesia Católica, Apostólica y Romana como creación suya. Ahora que muchos la atacan por distintos motivos, conviene recalcar no sólo su antigüedad, que bordea los dos mil años, sino su impacto en la civilización. El padre Spitzer S.J. observa que ella ha sido promotora de la más importante revolución que se ha producido en la historia de la humanidad. Dígalo si no la profusión de santos que le han dado lustre.

La conversión intelectual conduce a la espiritual, esto es, al reconocimiento de la trascendencia que conlleva, como enseña san Pablo, el tránsito del hombre viejo al hombre nuevo (Rom. 14, 23; Ef. 4,24; Col. 1,13). Se trata del hombre que deja de estar fijado en su naturaleza para abrirse al mundo de los valores supremos, es decir, el que no rige su moral por la utilidad, sino por la santidad.

De ahí se sigue. entonces, la conversión moral que ordena sus actitudes y su conducta hacia el Bien supremo.

La lectura cotidiana de la prensa nos ilustra sobre la presencia conspicua del mal en las sociedades. Mal que es inducido por Satanás y cada uno de nosotros hemos experimentado de distintas maneras en nuestro interior y en nuestras acciones. Así el mundo contemporáneo prescinda de la idea de pecado, tiene qué admitir la realidad de los defectos de carácter y los errores de conducta que la aseveran. Unos y otros nos esclavizan y atormentan (Jn. 8,34; Rom. 6, 17-19). Son yugos de los que está llamada a liberarnos la gracia de la conversión moral.

Estos días de Semana Santa brindan oportunidad propicia para reflexionar sobre lo que verdaderamente interesa en la vida, que es nuestro tránsito hacia la eternidad. Parafraseando a san Agustín, es algo que tarde he llegado a comprender, por lo que me considero apenas un operario de la última hora (Mt. 20, 1-16).

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