A pesar de ser creyente no he logrado llegar a la perfección de analizar con cuidado los eventos religiosos en esta Semana Santa, recurro por tanto a la autorización del director de Pensamiento al Aire, mi amigo Antonio Montoya, para transcribir esta columna del padre José Leonardo Rincón, SJ
Estamos ad-portas de la Semana Mayor, y aunque para la mayoría de los colombianos simplemente estos días son sinónimo de vacaciones, para los creyentes practicantes se convierten en una jornada de especial relevancia espiritual.
La liturgia, es decir, esas acciones y oficios con los que el pueblo de Dios celebra su fe, tiene un itinerario muy bien estructurado y coherente que, pedagógica y procesualmente, nos va haciendo entender el misterio pascual, esto es, la pasión, muerte y resurrección del Señor. En realidad, no es solo una importante lección catequética, sino también toda una condensada lección de vida. Los colores de los ornamentos, la música, las oraciones y plegarias, los ritos y los símbolos, todos ellos conjugados, tienen un significado. La mayoría de la gente los ignora, y por eso se reducen casi que a una mera actuación teatral por parte de funcionarios eclesiásticos que mecánicamente repiten dichos y gestos, pero no comparten con su audiencia el delicioso sabor de eso que hacen.
Por eso es importante no solo ir a oír misa, como se dice, sino a participar y celebrar, pero sobre todo a entender y comprender lo que se celebra en cada uno de los rituales previstos. Fijarse en los actores principales y secundarios, lo que dicen y lo que hacen, por ejemplo, resulta muy aleccionador. Claro, entender el sentido profundo de cada ceremonia, su objetivo, lo que conmemora y el fruto que se espera alcanzar, más provechoso resulta todavía.
Para llegar a estos días santos se ha tenido una preparación de 40 días, conocidos como la Cuaresma, un tiempo que nos invitó a la reflexión, a la oración, el ayuno y la limosna. Tiempo propicio para tener una mirada interior autocrítica, pero cargada de esperanza y misericordia. Tiempo de crecimiento y de trascendencia. Tiempo de evolución y maduración.
El Domingo de Ramos evidencia la paradoja entre el éxito puesto sobre el efímero poder humano, azuzado por un pueblo voluble e interesado que hoy proclama rey a su líder y mañana pide que lo crucifiquen.
El Jueves Santo celebra la apoteosis del amor que se traduce en servicio ministerial; se ofrece como alimento que da vida eterna en eucaristía comunitaria que hace memoria de ese amor llevado al extremo.
Por su parte, el Viernes Santo exalta la cruz del holocausto, donde el justo es masacrado cual víctima de un poder humano que, sabiendo de su inocencia, prefiere lavarse las manos, condenando inicua y arbitrariamente al inocente, en tanto se libera al delincuente, recomponiendo relaciones políticas, lavando rating ante el emperador, aunque se pase por encima de la propia conciencia; amigos que huyen, el uno traiciona, el otro niega, todos se esconden…
Finalmente, la Palabra se cumple. Después de la noche viene el día, del pecado la gracia, de la muerte la vida, del fracaso la gloria. Cuestión de fe, cuestión de esperanza que no defrauda, cuestión de amor. El paso, la Pascua, se ha dado. Era cierto, está vivo, está en medio de nosotros. Había que recorrer el camino hacia la Pascua para poder entenderlo.