Hace poco vi en Youtube un interesante programa sobre los psicópatas que campean en la obra de Shakespeare: Ricardo III, Macbeth, Lear y otros más. A lo mismo alude en «Nido de Cuervos», que también se sintoniza en Youtube, uno de sus protagonistas, experto en Shakespeare, que comenta con sus alumnos el drama de Macbeth, a quien la ambición termina destruyendo.
Esas referencias me hacen pensar en el que nos desgobierna, que en reciente entrevista para «El País» deja entrever el drama en que está envuelto. Su denodada lucha por el poder lo ha sumido en la infelicidad, sus ilusiones están ensombrecidas por los míseros resultados obtenidos y se siente solo en medio de una deplorable crisis familiar. Cree que muchos lo han engañado y a ello atribuye sus fracasos. Haber creído ingenuamente en otros dice que es la clave de su fracaso.
¿Es él un psicópata, como los referidos personajes shakesperianos, tal como lo creen no pocos? ¿Se trataría quizás de un poseso, según piensan los que se asustan con la expresión de su rostro y las viperinas manifestaciones que a menudo brotan de sus labios, como si fuesen espumarajos?
No dejo de pensar en ello, ahora que acabo de leer el impresionante libro del padre Amorth, el finado exorcista del Vaticano, «Mi Lucha contra Satanás»(Vid. https://libroscatolicosgratuitos.wordpress.com/wp-content/uploads/2019/09/16memoriasdeunexsorcista_gamorth.pdf).
Se advierte, en efecto, una fuerte presencia demoníaca en la Colombia de hoy. Corrupción, violencia, engaño, discordia, venganzas, rencores y, en fin, desafueros de toda índole que envenenan el ambiente colectivo.
El inquilino de la Casa de Nariño nada hace para sanearlo. Es un sujeto antipático, repelente y, como dicen en la costa, «maluco», que con sus graznidos en X más bien enturbia el ambiente político, como lo ha denunciado su exministro Gaviria, en lugar de sosegarlo.
En el Evangelio para la misa de hoy se lee: «El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón». (Lc. 39:45)).
La maledicencia campea hoy en la palabra gubernamental. Nada hay en ésta que invite a los colombianos a elevar sus corazones y unir sus propósitos en bien de la comunidad. El orden del día es azuzar la lucha de clases, movilizando a los inconformes para obtener por la fuerza lo que creen que por derecho les corresponde.
Se espera que la funesta Primera Línea, que emula con las S.A. o Tropas de Asalto hitlerianas, vuelva a sus andadas para intimidar al Congreso y las altas Cortes a fin de que les den vía libre a las muy discutibles iniciativas gubernamentales que pretenden configurar el orto de la revolución que la alocada sesera de su gestor aspira a promover en nuestro país.
¿En qué consiste el cambio que predica? Ni más ni menos, en instaurar el comunismo en Colombia. Lo niega, se disfraza, engaña sin recato, pero, como dice su compinche Vendrell, con un par de tragos se desata y exhibe su talante anarquista.
El difunto Rodolfo Hernández dijo de él que tiende a rodearse con lo peor de lo peor. Quizás tenía razón, pues en sus nombramientos no convoca a lo mejor de Colombia. Más parece que acudiera a esos camiones recolectores de basura, que dejó abandonados en Bogotá cuando era su alcalde, para reunir sus huestes.
¡Oremos para que la Divina Providencia salve a Colombia!