El “perro loco” de Hispanoamérica 

El “perro loco” de Hispanoamérica 

En 1986, la popularidad del presidente Reagan estaba en su mejor momento. Iba por la mitad de su segundo gobierno, al que había llegado luego de arrasar en las urnas. Estados Unidos y el mundo lo consideraban como el gran líder del siglo XX. Estaba al mismo nivel de Roosevelt y Churchill.

La Unión Soviética daba sus últimos estertores. Gorbachov era consciente de que el modelo comunista era un monumental fracaso. Todo estaba ambientándose para el famoso discurso del señor Reagan en Berlín occidental -junio de 1987- en el que el presidente de los Estados Unidos conminó al secretario general del partido comunista soviético, PCUS, para que derribara el muro.

Mientras tanto, otro enemigo de la civilización occidental tomaba fuerza: el terrorismo del fundamentalismo islámico. Libia, país que en los años 80 del siglo pasado producía cerca de 2 millones de barriles de petróleo al día, era el gran patrocinador de las células islamistas que aterrorizaban al mundo civilizado. 

Pero su influencia en el terrorismo trascendía las fronteras religiosas. La banda delincuencial colombiana M-19 tenía sólidos vínculos con Muamar Gadafi, el hombre fuerte de Libia. El genocida Antonio Navarro, en un publirreportaje editado por el periodista Juan Carlos Iragorri, narra con lujo de detalles esa relación: “Ese año [1986] el M-19 tomó la determinación de fortalecer su ejército (sic) para una guerra total y yo me puse a hacer algo de lo que se sabe muy poco: buscar por todas partes cohetes tierra-aire. Fui a Argelia, a Irán, a Siria, recorrí Panamá y Europa oriental, hablé en Sri Lanka con los Tigres para la liberación Tamilen Libia me vi hasta con Gadafi…”. 

Navarro, colega criminal de Petro, confiesa haber estado en reuniones con el líder libio precisamente en el mismo año en el que los Estados Unidos emprendió acciones contra él, puesto que era evidente su promoción del terrorismo en el mundo entero. En aquel año los terroristas enviados por Gadafi detonaron una bomba en una discoteca en Berlín, acción en la que más de 200 personas quedaron heridas, muchas de ellas estadounidenses.  

El presidente Reagan reaccionó con verticalidad. Ordenó bombardear Trípoli y Bengasi, e impuso las primeras sanciones económicas y algunos bloqueos para la compra de petróleo a ese país. Convocó a una rueda de prensa en la Casa Blanca en la que envió fuertes mensajes contra el libio a quien llamó the mad dog of the Middle East, “el perro loco del medio oriente”. 

Gadafi jamás pudo zafarse de ese mote. Hasta el día de su muerte en 2011 el mundo entero se refería a él con el sobrenombre que inteligentemente le puso Ronald Reagan. 

Cuarenta años más tarde, en el mundo ha empezado a ladrar un perro, o mejor, un perrito loco que vive en Hispanoamérica: Gustavo Petro. 

No es tan peligroso como Gadafi, pero no por falta de ganas sino de medios. Petro, como Gadafi, abomina a los Estados Unidos, respalda el terrorismo islamista y desprecia la vida humana. En lo personal, tienen más parecidos que diferencias: el libio era un fanático de las drogas y en medio de sus éxtasis comparecía ante su pueblo lanzando mensajes y advertencias delirantes. El comportamiento de Gadafi era errático y su conducta paranoica. Él, como Petro, en todas sus intervenciones publicas advertía que el mundo entero deseaba su muerte. En el show de la semana pasada, Petro dijo más de 20 veces que sus enemigos querían matarlo. 

En el norte y el sur de América ejercen gobiernos comprometidos con el desarrollo y el progreso de sus pueblos. En medio de Estados Unidos y Argentina, está Colombia, país desde el que brotan los gruñidos de un sabueso trastornado que es, en efecto, un peligro para la democracia y la libertad. 

@IrreverentesCol

Publicado: febrero 10 de 2025

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