El presidente Trump tiene cuatro años por delante y aprovechará su nuevo mandato para hacer historia. Se equivocan los que creen que se concentrará en los asuntos internos de los Estados Unidos. Para eso ha conformado un equipo de las mejores condiciones profesionales y políticas que, bajo su supervisión y liderazgo, se encargará de cumplir con las tareas domésticas del día a día.
Desde su victoria en las elecciones del pasado 5 de noviembre, el presidente electo ha hecho menciones específicas sobre asuntos que resultan de singular relevancia para la seguridad de los Estados Unidos, empezando por la isla de Groenlandia.
No es algo novedoso. En agosto de 2019, cuando su primer gobierno estaba pasando por el mejor de los momentos, el presidente Trump evaluó la posibilidad de que Estados Unidos le comprara a Dinamarca esa isla a Dinamarca. Una operación similar a la llevada a cabo en 1867, cuando el gobierno de Andrew Johnson -presidente que asumió el gobierno luego de que Abraham Lincoln fuera asesinado- compró Alaska a la Rusia del zar Alejandro II, transacción que se selló por U$7.2 millones de dólares.
Aquella adquisición se dio en el marco de la aplicación de la política exterior estadounidense de la época denominada Destino Manifiesto, que apuntaba a consolidar el poderío territorial en el norte del continente y tener control sobre el Pacífico y el Ártico.
Con Alaska en su poder, los Estados Unidos lograron erigir una barrara frente a la expansión del imperio británico que tenía en su poder el vasto territorio de Canadá.
La compra, también tuvo un importante componente económico, pues Alaska tenía oro, petróleo y gas, además de grandes cantidades de madera y pescado.
Volviendo al proyecto Groenlandia delineado por Trump hace cerca de 6 años, el presidente remarcó la importancia geoestratégica de la isla y sus importantes riquezas inexploradas. Algunos expertos de la Casa Blanca, proyectaron que la oferta podría ser atractiva para Dinamarca, país que tiene que desembolsar más de $600 millones de dólares anuales para el sostenimiento de la isla de 2.1 millones de kilómetros cuadrados en la que viven 56 mil personas, casi todas ellas en Nuuk -capital de la isla-, Sisimiut, Ilulisaat y Qaqortoq.
En su momento, tanto en Copenhague como en Groenlandia, hubo una respuesta agresiva y tajante: la isla no está en venta. El presidente Trump defendió su idea, invocando razones de seguridad nacional. Vino la pandemia, llegaron las elecciones de 2020 y el asunto pasó al olvido. Hasta ahora, pues todo indica que el señor Trump no solo no lo ha olvidado, sino que lo tiene en su lista de prioridades una vez reasuma el poder el próximo 20 de enero.
Desde su “cuartel general” en Palm Beach, el presidente electo ha doblado la apuesta al decir que se mantendrá la oferta de adquisición de la isla, pero si Dinamarca no cede, se deberá explorar otra serie de medidas como las sanciones económicas y las acciones militares. Es evidente que el nuevo presidente de los Estados Unidos está decidido a cumplir su propósito.
A los pocos meses de que el Istmo de Panamá declarara su independencia de Colombia, el presidente estadounidense de la época, Theodore Roosevelt exclamó: I took Panama (yo tomé a Panamá).
Desde finales del siglo XIX, los Estados Unidos necesitaban, por razones económicas y motivos de seguridad nacional, contar con un canal que conectara el Caribe con el Pacífico. Mientras los franceses liderados por Ferdinand De Lesseps trataban de sacar adelante el proyecto -Panamá aún le pertenecía a Colombia-, los Estados Unidos apostaban por la construcción de su propio canal en Nicaragua.
Vino la debacle del proyecto francés, seguida por el desinterés del gobierno colombiano por buscar alternativas -el país estaba enfrentado en la absurda guerra de los mil días-. En todas las crisis surgen oportunidades y oportunistas. Unos mercaderes con ganas de hacerse con una formidable fortuna, tuvieron la genial idea de convertir al empobrecido y abandonado departamento de Panamá, en la República de Panamá.
Montaron el proyecto, pusieron a la esposa de uno de ellos a bordar la vadera. Otro más a escribir la letra de un himno, mientras el cerebro de la operación conseguía algo de dinero en el sistema financiero de Nueva York. Lo que parecía una hazaña descabellada, resultó en el nacimiento de nuevo Estado.
Panamá era tan pobre económica y políticamente que su primer ministro de Relaciones Exteriores fue un francés que escasamente podía balbucear algunas palabras en español.
El gobierno de Roosevelt vio que el nuevo país brindaba una cantidad importante de oportunidades para el desarrollo de su política exterior conocida como la Big Stick Diplomacy (Diplomacia del gran garrote). Poco a poco se desmontó la idea de hacer el canal interoceánico en Nicaragua y el proyecto fue trasladado a Panamá.
El canal fue construido en 10 años, y entró en servicio en agosto de 1914. En el mejor momento posible: la Primera Guerra Mundial empezó quince días antes de que el mega proyecto de ingeniería culminara.
Estados Unidos, que puso todo el dinero para la obra, tuvo el control del canal hasta el 31 de diciembre de 1999, día en el que el mismo, y en virtud del tratado Torrijos-Carter, le fue entregado a Panamá.
En estos 25 años las cosas han cambiado. Para los Estados Unidos no es muy cómoda la presencia de China en la operación del canal, en el manejo de las grúas y en la instalación de quién sabe qué equipos de escaneo en un lugar por el que permanentemente circulan buques y submarinos militares de los Estados Unidos.
El presidente Trump ha dicho que uno de sus propósitos es el de retomar el control sobre el canal. No ha mencionado asuntos militares, sino razones puramente económicas. Lo cierto es que en sus declaraciones ante los periodistas ha dejado sobre la mesa que no descarta el uso de la fuerza, en caso de ser necesario.
Lo dicho: Donald Trump, el 47 presidente de los Estados Unidos está decidido a cumplir su promesa de campaña: hacer que los Estados Unidos sean grandes nuevamente. Y esa grandeza se verá reflejada en los asuntos internos y en su política exterior, donde hará valer y respetar los intereses de su país. Son muy buenas noticias para los que comparten la idea de que los Estados Unidos tienen la necesidad de retomar el liderazgo global, y pésimas para los progresistas que promueven el mal llamado “buenismo” y la corrección política.
Publicado: enero 8 de 2025