«Prendido como un arbolito de navidad», según dicho de la representante Carolina Arbeláez, el que en mala hora nos desgobierna pronunció en Barranquilla un discurso alebrestado que puso de manifiesto sus torpes conceptos sobre temas tan delicados como la libertad y el amor, con el propósito de defender el nombramiento de un fementido escritorzuelo que aspira al cargo de embajador ante el reino de Tailandia.
A mis estudiantes solía ponerles de presente las severas dificultades que suscita la cuestión de la libertad, respecto de la cual se discute acerca de en qué consiste en últimas, cuál es el concepto que mejor la refleja, cuáles son las condiciones sociales que la hacen posible y, «last but not least», cuál es en definitiva su valor.
A la luz de la tradición judeo-cristiana la libertad no es un fin en sí misma, sino un medio, si bien un instrumento ciertamente excelso para la realización cabal de la persona humana. Pascal consideraba que el hombre no es ángel ni bestia. La libertad rectamente entendida puede elevarlo a la dignidad de aquél, pero mal ejercida tiene la virtualidad de arrojarlo al cenagal de la bestialidad. A mis discípulos les decía que la libertad puede hacer de nosotros un san Francisco de Asís o una santa Teresa de Calcuta, pero también puede convertirnos en un Tirofijo o una atroz Rosario Tijeras.
El cristianismo oriental pone énfasis no sólo en la santidad, sino en lo que a ésta caracteriza, que es la divinización del ser humano, un propósito que lo lleva ante la presencia de Dios. Es tema que ha tratado con singular maestría Claude Tresmontant en «L’Enseignement de Ieschoua de Nazareth», libro del que he extraído invaluables enseñanzas. Según Tresmontant, el Evangelio contiene una verdadera ciencia cuya aplicación nos eleva a la condición de hechuras de Dios a su imagen y semejanza.
Los que consideran que la libertad no es un medio, sino que ella en sí misma es del todo valiosa, son incapaces de discernir sus aspectos positivos y los negativos. Es la postura de los emancipatorios o libertarios, que le asigna el mismo valor a quien se sirve de ella para avanzar hacia la santidad y al que se aplica al libertinaje, como el demoníaco Don Giovanni de Mozart o el perverso protagonista de «La carrera del libertino», de Stravinsky.
Nuestro desafortunado Profeta Apocalíptico y Líder Galáctico posa de pensador, pero en realidad sufre una deplorable confusión de conceptos, como puede observarse en lo que proclama sobre el amor, concepto central de la enseñanza cristiana acerca de la vida espiritual, que también puede devaluarse hasta el punto de identificarlo con la relación meramente carnal, así sea consentida por las partes que entran en ella.
Vengo de leer en el muy interesante libro del padre Carlos Martins, «The Exorcist Files», cómo a través del ejercicio de la sexualidad concebida sólo desde su aspecto sensual y despojada de ese profundo sentido espiritual que, según lo proclaman el Génesis y el Evangelio mismo, hace que el hombre y la mujer lleguen a ser «la misma carne», vale decir, perfecta unidad de varón y hembra, se convierta en un aterrador instrumento de posesión diabólica. Mantengo presente lo que hace tiempos leí atribuido a Sófocles acerca de que el apetito sexual, que tanto pondera el depravado que nos desgobierna, «es un amo cruel y avasallador» o, en palabras de Discépolo, «el viejo enemigo que enciende castigos y enseña a llorar» («Canción desesperada» https://www.youtube.com/watch?v=u0ausf7_RoQ)
He señalado en otras partes que estamos en poder de un energúmeno que en su insensato discurso de marras pone de manifiesto que lo dominan por lo menos cuatro de los siete pecados capitales, a saber: la soberbia, la ira, la lujuria y la envidia.
Discrepo de la nota de «El Colombiano» que le reconoce que por lo menos es un gran orador (vid. https://www.elcolombiano.com/colombia/petro-desatado-en-sus-discursos-chequeo-a-sus-mentiras-y-agresiones-PC26060861). Sus peroratas cantinflescas no pueden compararse con las preclaras oraciones que le dieron lustre en el pasado al foro colombiano. Si ellas se acercan al clasicismo, lo de ahora es ni más ni menos que raggaetón de la peor clase.