No me voy a referir al Núñez como persona central de la segunda mitad del siglo 19, del que se han escrito a nivel regional cientos de páginas, impresas en fabulosos artículos de agudos analistas. No, al Núñez en el ciclo vital de su meteórica carrera política. Ni al Núñez en su apasionado periplo de amante furibundo, cuyas historias de amor y de irremediable “donjuania”, darían para escribir fantásticos guiones para el cine.
Tampoco al Núñez, ese hábil y audaz ser humano, con extraordinario olfato político como nadie tuvo en el turbulento momento histórico que vivía la República para producir enormes cambios de trescientos sesenta grados, los que le llevaron a proclamar la Constitución de 1886.
Esa, tan sesuda que nos logró pacificar y gobernar por más de cien años.
Sagaz olfato por demás para saber en qué momento exacto había que hacer el cambio, no solo por la difícil circunstancia del momento, sino por el cuantioso cumulo de líderes de gran talla que se disputaban el poder, como José María Melo, Murillo Toro, Aquileo Parra, Santiago Pérez. Imponerse con indiscutido liderazgo sobre mentes tan brillantes es solo de un hombre superior.
Tampoco me voy a referir al Núñez que regresa siendo otro después de sus viajes al exterior y la gran influencia que ejerce la doctrina de darwinismo social, aquella que proclama que el hombre y su pensamiento están en completa evolución y trasformación. El Núñez influenciado profundamente por los pensamientos de Herbert Spencer (1820-1902), famoso naturalista, filosofo, y sociólogo con mucha importancia en la Inglaterra de mediados del siglo 19.
Si no al Núñez audaz que se atrevió a empezar en su primer gobierno los cambios contra todo pronóstico. Los que la Republica necesitaba y que llamo “La Regeneración”. Que no es otra cosa que una reingeniería de lo habido.
Que consistía fundamentalmente en consolidar la República y sus Instituciones con carácter centralista, ya que el federalismo había producido un enorme caos en las regiones, tanto así que cada región tenía su propio ejército y sus propias leyes, e incluso se enfrentaban entre si los ejércitos.
Núñez cambio con osadía la política de la libre importación y el libre cambio para proteger nuestra industria nacional, y prohibió la emisión de dinero por particulares, que en Bogotá era cosa del común y crea un Banco Central que hoy es el papa del Banco de la Republica.
De Núñez y su primer gobierno se podrán escribir cientos de páginas por lo revolucionario. Todo esto en contra del poderío cachaco que tan duro lo trataba y el que Núñez finamente despreciaba porque además decía; “son aburridísimos”.
Tanto que Núñez se venía para El Cabrero para hablar de poesía, hacerle versos a su amada, oír música con sus amigos y bailar valses y mazurcas con la irresistible de Soledad Román.