Armando Benedetti es un hampón. Se puede decir más fuerte, pero no más claro. Y su hermana Ángela también es una mujer que navega con soltura en los lodos de la corrupción.
Se ha vuelto costumbre que cada dos o tres meses Benedetti sea protagonista en las noticias. Siempre por vilezas y ruindades. Cuando no es por una investigación en su contra por algún acto de corrupción, entonces es porque reventó a golpes a alguna mujer, o porque apareció borracho en alguna esquina insultando o amenazando a alguien.
A finales de julio, trascendió que Benedetti estuvo a punto de matar a su esposa Adelina Guerrero en Madrid, episodio en el que tuvo que intervenir la policía de la capital española que no pudo capturar al agresor que esgrimió su “inmunidad diplomática”.
Como una mansa paloma, ha reaparecido el embajador petrista ante la FAO en un lamentable reportaje, contándole al país que entrará en rehabilitación -una vez más- para recomponer su vida, superar su adicción a las drogas y al alcohol, y regresar de Italia para empezar a trabajar en la presidencia de la República.
A nadie le importan las adicciones de Benedetti, aquellas son asunto suyo y de sus familiares que tienen que padecer los estragos de su incontrolado consumo de cocaína. Lo que sí le afecta a la sociedad son los delitos que ese sujeto ha cometido y que, al retornar al país para sumarse al ejercicio gubernamental, volverá a cometer. En Armando Benedetti encaja plenamente la definición de criminal nato, lúcidamente planteada por Cesarte Lombroso, maestro de la criminología.
Como buen delincuente, Benedetti es un manipulador. Si tiene que arrastrarse por el piso para lograr sus objetivos, lo hace sin mayor dificultad. Ahora, aparece sosteniendo la mano de Adelina Guerrero, a quien casi mata hace menos de tres meses. Se muestra dócil, arrepentido, reflexivo y poseedor de una paz espiritual propia de los monjes contemplativos. Todo es falso.
Si la Guerrero ha resuelto pasar la página de las muchas agresiones físicas y psicológicas que ha padecido, allá ella. Pero que nadie se sorprenda si ocurre una tragedia. Abundan los ejemplos de mujeres que vuelven con sus agresores, y que al cabo del tiempo aparecen muertas.
Benedetti confía en que la fiscal petrista Adriana Camargo le hará la segunda, garantizándole unos años más de impunidad. Aterrizará en Bogotá una vez termine el supuesto tratamiento de desintoxicación al que se someterá -de ser verdad, debería pedirle a Petro que lo acompañe- y encenderá la máquina de los negocios sucios. Será su momento estelar. No habrá tesorería de despacho público que se salve de las sucias manos de Armando Benedetti.
Mientras el embajador anuncia su inminente arribo al gobierno, su hermana Ángela posa de crítica del régimen. Ella pretende hacer las veces de faro moral, pretendiendo que no se recuerde que fue uno de los cerebros del llamado cartel de la contratación, cuando ejerció como concejal de Bogotá.
Resulta lamentable ver a activistas de las redes sociales que se dicen opositores, prestándose para legitimar a esa mujer. El argumento que esgrimen apunta a que en la oposición a Petro es necesario “sumar” esfuerzos. Una lógica retorcida, sucia e inmoral desde todo punto de vista. Con el diablo no se pacta en ningún caso. Y la Benedetti, para el asunto entre manos, es una representación mefistofélica.
Una y otra vez se reencauchan, se acomodan y retoman sus actividades delincuenciales. Los Benedetti han podido robar en todos los gobiernos de los últimos 26 años. Se han pasado por la faja el código penal, sin que la justicia les imponga una mínima sanción. La impunidad es la que los alienta para seguir delinquiendo. ¿Hasta cuándo?
Publicado: noviembre 25 de 2024