Es la pregunta que formula el profesor emérito Dr. Bernard Splitz en un valeroso escrito que publicó recientemente Belgicatho (vid. http://www.belgicatho.be/archive/2024/11/15/l-avortement-entre-droit-fondamental-et-crime-contre-l-human-6523054.html).
La cuestión del aborto es una de las más debatidas en los tiempos que corren. La opinión pública está fuertemente dividida en torno suyo. No cabe duda de lo que este asunto pesó, por ejemplo, en las elecciones norteamericanas que dieron lugar a la confrontación entre las propuestas abortistas de Biden y la candidata perdedora Harris, y las contrarias, algo matizadas, de Trump.
Hace poco se aprobó en la Constitución francesa una iniciativa que consagra el derecho fundamental al aborto. Entre nosotros esta idea no ha hecho carrera en el Congreso, pero de hecho la Corte Constitucional la ha introducido en nuestro ordenamiento jurídico.
¿Se trata de veras de un derecho fundamental?
La figura de los derechos fundamentales está en el núcleo del constitucionalismo liberal. Es una de las conquistas más significativas del liberalismo, pero a decir verdad no constituye un aporte del todo original suyo, pues aparece en las grandes tradiciones religiosas y particularmente en el cristianismo. No obstante, a los liberales les debemos el haberla destacado dentro del ordenamiento político a punto tal que éste gira a su alrededor. El derecho fundamental pesa sobre todo el aparato del Estado y goza de protección reforzada a través de múltiples mecanismos.
La consagración de los derechos fundamentales en sus comienzos amparaba un listado más o menos preciso y estricto, pero con el tiempo se lo ha engrosado de tal modo que hoy puede considerarse que se trata de una categoría elástica y quizás arbitraria que comprende contenidos bastante disímiles. Pensemos en que nuestra Corte Constitucional la ha ampliado hasta el punto de considerar que gozamos del derecho fundamental de tener mascotas en nuestras unidades residenciales.
El célebre profesor Villey censuraba en sus lecciones de Filosofía del Derecho la hipertrofia de tan significativa institución, deplorando a la par no sólo sus inconsistencias, sino su amoralidad. El pensamiento católico denuncia por su parte los falsos derechos fundamentales, sobre todo en lo atinente a las costumbres sexuales.
En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos se invoca a Dios como fuente última de los derechos fundamentales. Éstos, por consiguiente, deben ejercerse en sintonía con la Ley Eterna que se manifiesta en el orden natural y, desde luego, en la Revelación. Lo mismo podría predicarse de nuestro ordenamiento constitucional, que se expidió invocando la protección de Dios. Pero la descristianización de los últimos tiempos, que ha dado paso a un ateísmo beligerante, ha privado a los derechos de su elevado y sólido fundamento, para sustentarlos en último término en los deseos humanos que surgen de las pulsiones que mandan en nuestro interior. El «seréis como dioses» que prometió el tentador según el libro del Génesis 3:5 no nos ha divinizado. No nos hemos convertido en dioses, pero hemos elevado nuestros apetitos a tal categoría, en especial los más desordenados.
Al igual que en las depravadas sociedades de la Antigüedad, la nuestra ha endiosado el deleite venéreo. La Revolución Sexual tiene como leitmotiv el desenfreno, la eliminación de toda restricción del deseo, la superación de los supuestos tabúes que ponían coto a las pulsiones carnales. Una de sus ideas consiste en desvincular la relación sexual no sólo de la procreación, sino de la unión amorosa que hace de los copartícipes una sola carne. Y arremete contra la función maternal de la mujer, que genera vida y conserva las sociedades.
El aborto se mira como un control eficaz del crecimiento poblacional, lo que da lugar al desastroso invierno demográfico que ya hace estragos en muchas latitudes. Lo sufren China, Japón, Corea del Sur, Cuba y los países europeos, entre otros. Colombia ya va por ese camino. No cabe duda: ocasiona el suicidio de la civilización.
De hecho, el aborto es la principal causa de muerte en la actualidad. Se considera que acarrea la muerte de unos setenta millones de seres humanos cada año. Pero los abortistas se empeñan en sostener que a los no nacidos se los contabilice como seres humanos. Este es el motivo por el cual la autoridad de la regulación de lo audiovisual en Francia acaba de sancionar con una gravosa multa a una emisora de televisión que informó que el aborto constituye hoy la mayor causa de mortalidad en el mundo. Sostienen que es tendenciosa la noticia que considera como seres humanos a los productos de la concepción. ¿Qué son, entonces? ¿Carecen de ADN? ¿Son meros amasijos celulares? (vid. http://www.belgicatho.be/archive/2024/11/25/france-100-000-euros-d-amende-apres-qu-une-chaine-de-televis-6524439.html).
En otras oportunidades he señalado que para entender el aborto hay que considerar qué se aborta, cómo se aborta, por qué se aborta y para qué se aborta. Cuando se entra en detalles sale uno espantado.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 28 de 2024