La inferioridad de la izquierda es palmaria. Es moralmente atónica, ideológicamente sucia, estéticamente asquerosa y discursivamente repugnante.
Con la llegada del siglo XXI, se experimentó un reverdecimiento del discurso socialista. La caída del régimen soviético de comienzos de los 90, en mala hora no sepultó de una vez y para siempre a esa ideología puerca que tanto dolor y sufrimiento le ha causado a la humanidad.
Completamos dos décadas registrando la invasión de espacios políticos por las corrientes “progresistas” -involucionistas, para ser descriptivamente precisos- en diferentes democracias occidentales.
Y llegaron como matones de barrio, manopla en la diestra y garrote en la siniestra, a ajustar cuentas. Amedrentaron a los demócratas. Los acoquinaron con sus insultos e improperios y, en un santiamén, impusieron una nueva colección de “costumbres” absolutamente subversivas.
Desempolvaron los cuadernillos de Gramsci, reeditando las nefandas ideas del marxismo cultural; construyeron en impusieron un discurso cargado de simbologías y de mensajes absurdos. Hasta el idioma español terminó pisoteado con esa majadería del “lenguaje inclusivo”.
Los progres delinearon el discurso de la ideología de género que sirve de fundamento para el cacareado combate contra la imaginaria “violencia machista”. Según esos psicópatas, los cobardes miserables que golpean, maltratan y abusan de las mujeres, lo hacen porque ellas son mujeres. Falso. Un hombre que abusa física o psicológicamente de una mujer es un agresor y un canalla. Nada más allá.
La extrema izquierda contemporánea halló en la reivindicación del feminismo un filón inagotable. Sus principales líderes, de la noche a la mañana, se convirtieron en vehementes voceros de aquellas que sentían que la “cultura patriarcal” y el “machismo” las vejaba.
Pamplinas. Quienes alzaron la voz por ellas, que se concentraron en perseguir a los hombres por ser hombres y a implementar normas absurdas, resultaron ser unos perfectos degenerados y agresores.
En Colombia, el de Hollman Morris, hoy convertido en jefe de la propaganda oficial, es el caso más rutilante. Pero no el único. En este preciso instante, están apareciendo denuncias contra Diego Cancino, presidente de la SAE -entidad que administra los bienes incautados a la mafia-. Una mujer que trabaja para él, asegura ser víctima de acoso sexual. Mauricio Lizcano, ministro de TIC, también ha sido señalado por comportamientos abusivos contra mujeres.
El delincuente Armando Benddetti, hace un par de meses, volvió a ser noticia por cuenta de la paliza que le propinó a su ex esposa, evento en el que la madre de sus hijos menores casi pierde la vida.
Utilización política del discurso feminista
En España llegaron al extremo inaudito de aprobar una ley en la que un hombre denunciado, léase bien, denunciado por agredir a una mujer queda ad portas de la sentencia condenatoria. Se aplica la fórmula de: “yo te creo, hermana”. Abundan los casos de que hombres que han tenido relaciones consentidas, terminan condenados porque su pareja resuelve alegar que se “sintieron” agredidas. No es necesario aportar evidencias. Con el mero testimonio es suficiente para acabar con la vida del pobre miserable que tuvo la mala hora de relacionarse con la desquiciada denunciante
La nueva izquierda, homenajeando al régimen estalinista, ha usado la cancelación del “enemigo” como una herramienta de primer orden. Aquel que no piensa como ellos debe ser borrado, agobiado, perseguido, insultado, maltratado física y moralmente hasta llevarlo a la locura o a la muerte. Al enemigo, dicen ellos, debe eliminársele al precio que sea.
El que no milite en sus filas debe recibir la respectiva dosis de violencia moral y física. Y si el desgraciado, por casualidad es denunciado por haber tenido algún tipo de comportamiento “machista, mejor aún.
Uno de los más alevosos promotores de esa oleada violenta ha sido un tipejo de poca monta, un sujeto físicamente repugnante por su tardío desarrollo, llamado Íñigo Errejón, otrora lacayo de los comunistas Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero.
Abundan los registros periodísticos en los que el individuo de marras figura estimulando la eliminación de rivales, alentando las reivindicaciones feministas y exigiendo inmisericordes castigos contra los que él acusaba de ser abusadores.
Cuando la extrema izquierda de su país emprende acciones violentas contra “fascistas”, Errejón celebra las vías de hecho calificándolas como expresiones de “justicia poética”. El pueblo irredento escarmentando sin piedad a los imaginarios “agresores”. ¿Se valoran ponderadamente las evidencias contra el señalado? No, eso no importa. Es accesorio. Basta con que alguien lo diga, así sea de manera anónima, para pavimentar el camino hacia la condena.
Pues bien. Entre cielo y tierra no hay nada oculto. A finales de la semana pasada Errejón sorprendió a los españoles con un comunicado de prensa en el que anunció su retiro definitivo de la política española. Dijo sentirse agobiado y ser víctima del modelo “capitalista” y “paternalista” que rige al mundo.
Basura pura y dura. A los pocos minutos de publicar su dimisión, empezaron a ser revelados los testimonios de muchas mujeres que dicen haber sido abusadas sexualmente por ese degenerado. En un abrir y cerrar de ojos, Errejón cayó en el hoyo que él mismo cavó. No tiene derecho a la defensa, y ni siquiera a dar su versión de los hechos. Está irremediablemente condenado.
No importa que muchas de las supuestas víctimas estén narrando hechos que ocurrieron hace varios años. ¿Por qué callaron durante tanto tiempo? ¿Por qué algunas de ellas, según corroboran los registros públicos, continuaron interactuando amigablemente con él a través de las redes sociales después de haber sufrido la agresión sexual?
Al decir popular, que Errejón coma de su propio cocinado. Eso sí que es justicia poética, porque pone de presente la suciedad del perverso socialismo, corriente putrefacta en la que militan personas de la peor condición humana.
Publicado: octubre 28 de 2024