Leo en un editorial de El Colombiano las siguientes palabras del ministro de Cultura: «Por Santa Marta no entró la civilización, ni la religión fue un bien para el país, ni el idioma castellano fue un bien para el país»(https://www.elcolombiano.com/opinion/editoriales/perdon-por-hace-500-anos-MA25612907).
El debate sobre la presencia de España en América es cosa de nunca acabar. Suscita opiniones de muy varia índole, desde las elogiosas hasta las denigrantes, como las de nuestro mal llamado ministro de Cultura.
Bueno sería al respecto recordar un dicho del filósofo Espinoza que Raymond Aron solía sintetizar más o menos así: «En asuntos históricos, lo recomendable no es aplaudir ni deplorar, sino comprender».
La comprensión aconseja considerar los eventos dentro de sus respectivos contextos, con sus luces y sus sombras. También decía Aron que «la historia es trágica».
El ministro de marras es dueño de sus opiniones y bien se ve que es poco reflexivo, Su contundencia indica que ignora los matices y es extremista en lo que atañe a sus pareceres.
Allá él, pero resulta oportuno preguntarse si esos puntos de vista son apropiados para quien ocupa un despacho encargado de la cultura.
No estoy seguro de que el ministerio que encabeza se justifique de veras. Es asunto sobre el que conviene preguntarse si el mismo u otros más podrían mejor refundirse en unos pocos o si sus funciones serían más propias de departamentos administrativos.
En todo caso, ese funcionario parece no haberse enterado del énfasis que pone la Constitución Política que juró cumplir en el reconocimiento y la protección de la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana (art. 7), así como en la obligación del Estado y de las personas de proteger sus riquezas culturales y naturales (art. 8) o en la declaración del castellano como idioma oficial de Colombia, sin perjuicio del reconocimiento de lenguas y dialectos de los grupos étnicos (art. 10).
Sobre estas bases, el art. 72 declara que el patrimonio cultural de la Nación está bajo la protección del Estado.
Pues bien, mal de su grado debería ese funcionario reconocer que hacemos parte de la civilización occidental que nos trajo la colonización española y que tanto el idioma castellano como la religión católica están integrados a nuestra identidad nacional, vale decir, nuestra cultura.
En mis navegaciones por Youtube he encontrado unos videos muy interesantes de un viajero que se identifica como Vemoh y ha filmado sus visitas a los pueblos de Antioquia. Por supuesto que los paisajes que los rodean y sus peculiaridades tanto en la arquitectura como en las costumbres, sobre todo gastronómicas, llaman poderosamente la atención. Pero en sus plazas centrales predominan, incluso sobre los edificios públicos, los templos católicos. Y en sus sitios de interés es frecuente que estén erigidas imágenes de Nuestro Señor Jesucristo, la Santísima Virgen o los santos patronos de las respectivas localidades. La piedad popular contribuye a no dudarlo a la configuración de nuestra cultura y no es el caso de denigrarla, sino de reconocerla e incluso protegerla, así sea sin desmedro del pluralismo que en todos los órdenes exhibimos como sociedad.
Desafortunadamente, sufrimos un gobierno que pretende ir en contravía de las opiniones dominantes en nuestro país y quiere a toda costa imponernos el totalitarismo de la revolución sexual en marcha. Pensemos por ejemplo, que considera inconstitucional que la ley hable de mujeres gestantes en lugar de personas gestantes, como si fuera de aquéllas pudiera haber otros seres humanos en el mismo estado, o mediante una diabólica resolución busca promover el cambio de sexo de los niños sin contar con la opinión de sus padres.
Lo del ministro trae a mi memoria un tangazo poco conocido que cantaba Gardel: «A contramano». A un amigo dado a ir en contravía le aconseja que deje de seguir a una dama cuyo esposo es calabrés, «y el garrote de los tallarines a sus espaldas lo va a hacer caer». Vid. A CONTRAMANO (hermanotango.com.ar).