Écrasez l’Infâme!

Écrasez l’Infâme!

Esta consigna volteriana contra el cristianismo ha cobrado vuelo a pasos agigantados en los tiempos que corren (Vid. ¡Aplastad al infame!: la consigna de Voltaire para movilizar a sus lectores contra el cristianismo | Cultura | EL PAÍS (elpais.com)

La civilización occidental es hija, a no dudarlo, de la fe cristiana. Pero quienes hoy tienen la mayor influencia sobre ella pretenden erradicarla no sólo del ámbito espiritual, sino de la vida cotidiana misma, y lo hacen sin pararse en pelillos. Como lo han señalado algunos, el propósito no es asegurar la libertad de religión, que es algo muy plausible, sino la libertad de la religión, que consiste no sólo en reducirla a la esfera íntima de las creencias personales, sino desterrarla de ahí mismo.

Es algo que están logrando y que les anunció Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos al plantear esta pregunta: «Pero, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc. 18:8)

Hace poco, en una de sus muy lúcidas homilías, el padre Santiago Martín llamaba la atención sobre cómo un puñado de discípulos, la mayor parte de ellos gente sencilla del pueblo de Israel, fueron conquistando a través de la prédica y el ejemplo lo que hoy conocemos como el mundo clásico, hasta lograr sus sucesores el reconocimento de sus creencias como religión oficial del Imperio Romano. A partir de ahí, fuese desde Roma o desde Bizancio, Alejandría o la propia Jerusalén, difundieron el cristianismo a través de todo el Mediterráneo, las islas británicas y los pueblos germánicos, escandinavos y eslavos. Europa entonces se identificó con la Cristiandad y su expansión por el resto del Orbe estuvo acompañada de su espíritu religioso. 

En «La Formación de la Tradición Jurídica de Occidente», el profesor Harold Berman destaca la muy fuerte influencia del Derecho Canónico y lo que denomina la revolución papal de San Gregorio VII, el pontífice que independizó la Iglesia de los poderes temporales que pretendían avasallarla (vid. Amazon.com : 9789681645618). Nuestra cultura jurídica no puede entenderse si prescindimos de la influencia cristiana en su génesis y su desarrollo. Ya el célebre Lord Acton llegó a poner de presente la importancia del ideario cristiano en el humanismo jurídico que ha difundido nuestra civilización. Para no ir muy lejos, en buena medida esas ideas egregias están en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre que proclamó la ONU en 1948 (vid. Catholic.net – Historia y Fundamentos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos). 

Este histórico documento comienza declarando que «la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana», en palabras que remiten a los profundos planteamientos del gran pensador católico que fue Jacques Maritain. Su participación en tan significativo texto fue decisiva (vid.Jacques Maritain y la Declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948 (saib.es).

La dignidad intrínseca de la persona humana es, a no dudarlo, una idea religiosa. Puede encontrársela formulada en textos fundamentales de las religiones superiores e incluso en tradiciones de pueblos primitivos, pero en el cristianismo encuentra un muy destacado realce. Basta con evocar este texto del Evangelio que relata el diálogo de Nuestro Señor Jesucristo con Nicodemo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.» (Jn.3:16). Hay toda una metafísica del amor que nutre el pensamiento cristiano, aunque mal entendida por algunos que la invocan imbuidos de cierto sincretismo. tal como se escuchó en estos días en algún discurso cantinflesco ante la ONU.

Las enseñanzas evangélicas, de las que se pretende hoy privar a toda la humanidad, partiendo de la infancia y la adolescencia, promueven la realización plena de la persona humana en lo individual, lo interpersonal, lo colectivo y, sobre todo, más allá de lo temporal, en lo que concierne a la vida eterna.

El ámbito temporal- recuerdo acá «La Existencia Temporal», de Jean Guitton, (vid. La existencia temporal (Spanish Edition): Guitton, Jean, Martín Barinaga-Rementería, Javier: 9788474901467: Amazon.com: Books)- transcurre entre el momento de la concepción y el de la muerte biológica. Para el cristianismo, ambos momentos son misteriosos y sin duda alguna sagrados. En ellos se pone de manifiesto la voluntad de Dios, nuestro Creador. 

Lo sagrado entraña respeto, veneración, es algo que compromete al ser humano en lo más profundo de su ser, representa el valor supremo (vid.Otto, R. – Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios [ocr] [2001].pdf (archive.org).  Pero el pensamiento contemporáneo ha relativizado todo valor, reduciéndolo a la función utilitaria llamada a satisfacer meramente los apetitos y sobre todo los más terrenales y apremiantes. Frente a los misterios de la concepción y la muerte biológica, que hoy se considera que provienen de la nada y a la misma conducen, se alzan el aborto y la eutanasia. Y si éstos se imponen, ¿cómo negarle espacios al genocidio? Según lo dijo Stalin, «la muerte de una persona es una tragedia; la de un millón, una estadística» (https://www.blogdepsicologia.com/por-que-la-muerte-de-un-millon-es-una-estadistica/#:~:text=Se%20dice%20que%20Joseph%20Stalin%20dijo%20que%20la).

Los derechos humanos, según la tradición judeo-cristiana, arraigan en la naturaleza creada por Dios, que «hombre y mujer los creó a su imagen y semejanza» (Gen. 1:26-28). La ideología dominante hoy aspira a destruir la identidad de los sexos, a negar sus diferencias, a volver, como en ciertas concepciones del pasado, al mito del andrógino original de que trata un texto del Banquete de Platón (vid. El mito del ser andrógino.pdf). Y tras la destrucción de la identidad de los sexos, viene la de la familia, que nuestra Constitución Política declara en su art. 5 que es institución básica de la sociedad, pero sus intérpretes y operadores han desvalorizado sin compasión alguna.

Cité en otro escrito «La Abolición del Hombre», de C.S. Lewis, texto fundamental para entender cómo la negación tanto de la Ley Divina como la Natural fundada en ella, conduce de modo inexorable a la de la dignidad que los textos consideran que es inherente a la persona humana. Como acaba de insinuarlo Milei en su discurso ante la ONU, lo que los burócratas que la controlan va en contravía de los propósitos que motivaron su creación. Así lo denunció Mgr. Schooyans en su libro «La Cara Oculta de la ONU». Vid. La cara oculta de la ONU – Michel Schooyans.pdf (archive.org).

La consecuencia práctica de la consigna volteriana de abatir el cristianismo no es otra que la de abatir a la humanidad.

Jesús Vallejo Mejía

Publicado: octubre 2 de 2024