En las últimas etapas de su narcogobierno, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y su sucesora, la también ultraizquierdista Claudia Sheinbaum, desataron una crisis diplomática con España, motivada por algo que parecería un chiste.
Los progresistas, que han encontrado en la auto-victimización una formidable cantera electoral, tienen en su mira los hechos del pasado. Los «woke» de Europa y los Estados Unidos le han declarado la guerra a las estatuas y monumentos. En Bogotá, la brutal Claudia Nayibe López ordenó la demolición del monumento a los Reyes Católicos, y las ensoberbecidas hordas petristas, durante la oleada terrorista desatada contra el gobierno de Duque, derribaron obras icónicas como la escultura pedestre en homenaje a Sebastián de Belalcázar en Cali.
Con el argumento de la «deuda histórica», los neocomunistas han desarrollado un discurso mediocre a favor del indigenismo y los pueblos de origen africano.
Al año de tomar posesión como presidente de México, López Obrador le remitió una carta al rey de España, Felipe VI, en la que formalmente le exigía una disculpa pública en nombre de la Madre Patria por «los abusos cometidos durante la conquista de México».
En la misiva, López pidió que España reconozca los agravios sufridos por los pueblos indígenas a manos de los conquistadores y que se «haga un acto de reconciliación histórica».
Como es natural, la oficina de Su Majestad el rey ni siquiera acusó recibo del panfleto mexicano, en el que además se exigía que el Papa Francisco también pidiera disculpas por «los crímenes cometidos durante la ‘invasión’, incluyendo la violencia, el saqueo y las violaciones a los derechos humanos que afectaron» a los indígenas asentados en el territorio que hoy ocupa el Estado mexicano.
Como es obvio, la carta de López Obrador fue redactada en castellano, lengua que, enhorabuena, los conquistadores enseñaron a las tribus salvajes de buena parte del Nuevo Mundo.
Si algo deben tener los mexicanos, es una inmensa gratitud hacia la conquista española, que introdujo la civilización, el orden, la normalidad y, por supuesto, el cristianismo, en una tierra ocupada por aborígenes perfectamente salvajes y peligrosos, como los mexicas, tribu que practicaba sacrificios humanos en los que sacaban el corazón de sus víctimas para que los sacerdotes se lo comieran.
Existe evidencia científica que confirma que en algunas ciudades mayas se cumplían rituales que incluían el consumo de carne humana. Los tlaxcaltecas, enemigos de los mexicas, sacrificaban a sus prisioneros y se los comían.
Pero si de actos de barbarie se trata, es imposible soslayar las brutales matanzas de soldados españoles al mando de Hernán Cortés a manos de los mexicas. Muchos de los capturados fueron torturados y canibalizados.
En ese orden de ideas, y bajo el sucio razonamiento de López Obrador, quienes deberían presentar una sentida excusa serían los mexicanos, por la ferocidad con la que sus antepasados procedieron contra los expedicionarios españoles.
La señora Sheinbaum tomará posesión esta semana sin la presencia del rey de España, quien no fue invitado. El motivo: no haber contestado la carta de López Obrador. Ella, cuyo apellido no es propiamente tlaxcalteca, olmeca ni totonaca, se inaugurará en el poder con un innecesario brete diplomático con España, una crisis que pone en grave riesgo la formidable relación económica que existe entre ambos países y que en 2023 se tradujo en la inversión de más de 4,3 mil millones de dólares de empresas españolas en México. Realidad que parece importarle muy poco a Sheinbaum, quien muy contenta recibirá con los brazos abiertos a delincuentes internacionales como el dictador Nicolás Maduro.
Publicado: septiembre 30 de 2024