El reloj de mi pueblo

El reloj de mi pueblo

La sugerencia de mi abuela surtió efecto. Burgos Puche, gobernador del departamento de Córdoba, pensaba en ella mientras viajaba a Barranquilla. Al llegar se dirigió al almacén O. K y compró el reloj -de apariencia antigua como el templo- en 1959. Era un reloj de cuatro caras, para que indicara las horas al sonar de las campanas y llenara de sinfonía los alrededores de la iglesia. Imaginó el problema del cura, lo soluciona buscando al maestro Bobadilla para que hiciera las cuatro esferas en lo alto de la torre de la catedral. El reloj empezó a funcionar el 24 de julio de 1960.

Quizás no sepamos que hace 4000 años se inventó el reloj y fue el del sol. La historia cuenta cómo la sagacidad del hombre lo fue agudizando y le introdujo varias modificaciones para adecuarlo al tiempo. Medirlo en Ciénaga de Oro tenía otras dimensiones: ese instrumento marcaba la hora de la cita y el momento donde se cerraban los negocios. Le indicaba a la provinciana enamorada que tan tarde estaba para el encuentro, a la anciana si llegase puntual a la llamada y a los transeúntes que se reunían en el parque la hora de recogerse.

Siempre llamó mi atención el reloj de torre en la Iglesia. Tenía una gran visibilidad y un mecanismo de sonerías que hacía repicar las campanas desde lejos. Es una herencia europea del siglo XII y se interpretó como el llamado a los vecinos para la oración. Se describe el reloj de agua, el del volante y el del péndulo. Tiene un péndulo de cerca de 4 metros, pesas y ruedas de engranaje a través de un sistema denominado satélite. Se cuestiona cómo el cura de turno enseño a dos muchachos del poblado, Díaz y Bolaños, a manejar el reloj y sobre todo que dijera puntual las horas.

Hay torres de reloj que hacen historia y todavía se conservan con varios símbolos. La torre de la paz en Ottawa (Canadá) y que recuerda a todos los canadienses caídos. La torre de reloj de Allen Bradley en Milwaukee en donde su segundero mide 4.8 metros y pesa 220 kilos. Pero quizá la maravilla arquitectónica el Big Ben, construida en 1858 y en donde ajustaron 312 piezas de vidrio opal.

Un reloj es el símbolo del tiempo; usarlo es la expresión que andaremos juntos en la vida. Nos mide el momento y nos clasifica en horas y minutos. Su nombre nos acerca a las campanas y de allí la similitud del término. Antes de su uso el tiempo no era medible. Con él, entendimos que es de día y que es la noche, podemos cuantificar las horas de trabajo y entender las jornadas de la rutina. Brillaba al amanecer y se entristecía en el atardecer.

No dejaba de preguntarme cómo funcionaba el segundero. Entre sus componentes siempre me cautivo. Cuenta los minutos, cronometra el pulso y recuerda su origen en 1770. Es una aguja central que da vueltas a la esfera principal. Le permite divagar si el tiempo con los años se ralentiza y quizá el segundero tenga la respuesta. Después de los 65 años la sinapsis neuronal se hace más lenta y se tarda más en realizar las cosas. Perdemos o disfrutamos el tiempo y el día vuela muy rápido. ¡No se lentifica lo que marca el segundero!

Las horas en mi pueblo iban dictando deterioro en la anatomía del reloj. Su andar se hizo lento y empezaron los atrasos involuntarios. Un hecho lo sacudió; alguien de manos largas se llevó la base de sus herramientas y lo acompaño con una de las campanas del templo. A las 12 del mediodía del año 1995 marco la fecha de su desenlace.

Pero la semilla sembrada dio frutos: un grupo de empresarios orenses, con decisión en la mano, se proponen marcar nuevamente el tiempo y repetir la iniciativa de Burgos Puche. Así el 20 de julio del 2024 se inaugura el reloj de la Iglesia de San José. Hay tiempo en Ciénaga de Oro y un reloj que marca puntual el vencimiento de las citas.

@Rembertoburgose

Publicado: agosto 22 de 2024