Esta semana Petro llega la mitad del mandato para el que fue elegido. En términos generales podría decirse que en dos años se estará posesionando el nuevo presidente de Colombia. Pero esa alternación natural está en vilo. Petro no se quiere ir de la Casa de Nariño.
No está claro que vaya a haber elecciones libres, ni que se vaya a respetar el periodo establecido de cuatro años. El presidente es capaz de hacer cualquier cosa para mantenerse al frente del gobierno. Algunos aseguran que no hay condiciones para llevar a cabo la constituyente de la que tanto se habla en la extrema izquierda, pero esa no es la única vía que le permita a Petro continuar en el mando.
Podrá inventar cualquier excusa para decretar un estado de conmoción y, vía decreto, reventar el calendario electoral. Esa sería una “solución” ilegal, pero suficiente para las necesidades del gobernante colombiano.
La suerte de Colombia está íntimamente ligada a lo que suceda en Venezuela. Todo indica que Maduro se saldrá con la suya. Es cuestión de saber administrar los tiempos y sortear el embate de la llamada comunidad internacional. La dictadura venezolana es experta en el manejo de las condenas y las sanciones. En pocas semanas el asunto dejará de importar y de ocupar las primeras planas, y la resignación, el último e inexorable recurso, se abrirá paso.
Si el dictador caraqueño impone el fraude, Petro se frotará las manos. El antecedente le servirá inmensamente: ¿Si Venezuela lo puede hacer, por qué Colombia será la excepción? Durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado, la región latinoamericana fue gobernada por militares. En este siglo, el socialismo bolivariano ha subyugado a la región. En el primer caso, la democracia colombiana prevaleció, con un breve paréntesis durante la dictadura cleptocrática de Rojas Pinilla.
Durante décadas se impuso la sentencia de Laureano Gómez cuando suscribió los acuerdos que le pusieron fin a la satrapía criminal de Rojas: Colombia es tierra infértil para la dictadura.
Respecto del socialismo bananero del siglo XXI, resultaba esencial, para mantener la salud republicana, evitar que Petro, sujeto forjado en el terrorismo, el narcotráfico y el crimen organizado, ganara las elecciones de 2022, victoria que, como se ha evidenciado, se logró gracias a los dineros de la mafia, la corrupción y el régimen venezolano.
La oposición al régimen está atomizada. La lista de personas que pretenden presentarse en las eventuales elecciones del 26 para enfrentar al socialcomunismo, es cada vez más larga. Parece una guía telefónica.
Lo cierto es que de todos los nombres que se barajan, ninguno cuenta, a hoy, con la posibilidad de conquistar los 6 o 7 millones de votos que se necesitan para asegurar un cupo en la segunda vuelta.
Esa paridad en términos de favoritismo, permite fijar la atención en lo fundamental: la estructuración de un programa de reconstrucción republicana.
Ahora no se trata de llegar con propuestas concentradas exclusivamente en la recuperación del orden público y de la seguridad, que evidentemente son necesarias, pero no suficientes. Petro ha empobrecido aceleradamente a la gente. La clase media, ha visto cómo su calidad de vida se desmejora mes tras mes. El dinero no alcanza y las pocas comodidades con que se contaban, están desapareciendo.
Esa reconstrucción republicana, parte de la recuperación de la seguridad, pero se concentra en el buen vivir de los ciudadanos, enalteciendo sus libertades, siendo la económica una de las más importantes.
Es necesario demoler el modelo socialcomunista de Petro. Acabar esa hiperpolitización que ese sujeto ha estimulado, metiéndole ideología tóxica a todos los asuntos de la cotidianeidad, y regresar a un Estado reducido, austero, enfocado en la generación de oportunidades y en el establecimiento de condiciones para el crecimiento económico y la superación de la pobreza extrema.
Aquel que logre transmitir un proyecto en ese sentido, de manera sencilla, con mucho sentido común y despierte confianza, será el receptor del apoyo mayoritario que se concretará, necesariamente, en una consulta interpartidista a la que concurran todas las vertientes de la oposición, con el compromiso de que el que gane recibirá el respaldo decidido y activo de sus competidores. Un esquema similar al Argentino, donde las fuerzas antiperonistas que no pasaron al ballotage, trasladaron sin miramientos sus fuerzas electorales a la aspiración de Milei.
De nuevo, todo esto bajo el supuesto poco diáfano de que en 2026 haya elecciones libres en Colombia.
Publicado: agosto 5 de 2024