La región incendiada y seguimos hablando de una lánguida democracia, de la cual todos abusan como les da la gana, muchos protestan, pero no pasa nada.
Hay que entender que Venezuela y Colombia, aunque tienen diferencias, conforman la misma región, tienen el mismo origen fundacional, son naciones hermanas, comparten una gran frontera donde pasa de todo, sufren exactamente los mismos males, y tienen al comando del Estado gobiernos de truhanes de la misma calaña.
Venezuela ha estado arrasada por el socialismo del siglo XXI por veinticinco años seguidos, allí y aquí, hay territorios totalmente dominados por el narcoterrorismo encabezado por el Cartel de los Soles, las FARC-EP, el ELN, el tren de Aragua, el Clan del Golfo, y súmenle las mafias de corrupción en los poderes administrativo, legislativo, judicial y en los organismos de control del Estado.
En Venezuela toda esa delincuencia impune la representan Maduro, Padrino, Diosdado y sus secuaces locales e internacionales. Aquí son los narco-partidos los que conducen el Estado, con el nuevo M-19 representado por Gustavo Petro a la cabeza del poder, en abierta unión de hecho con esas mismas inhumanas y violentas organizaciones terroristas, apoyado por un sartal de mamertos criollos e internacionales, y respaldado por una cleptocracia y unos contratistas estatales totalmente corruptos.
Nuestros congresistas y magistrados no se atreven a secundar el pueblo que clama “Fuera Petro”, y eso los convierte en cómplices. Quedó demostrado el pasado 20 de julio, cuando nadie le pidió la renuncia, ni reclamó que se cumpla la ley ante la flagrante ilegitimidad del gobierno y su confesa asociación para delinquir con buena parte del congreso, las cortes y criminales de cuello blanco.
Muchos líderes gremiales, de la difunta sociedad civil y los partidos políticos, dicen que quedan dos años, y que la democracia prevalecerá en 2026 porque este es un país con una sólida institucionalidad. Pero, como pasó en Cuba, Nicaragua y Venezuela hace ya varias décadas, la mediocridad, la cobardía y el acomodamiento del liderazgo, es el factor que puede permitir que Colombia pase a ser un totalitarismo de hecho bajo la máscara de una democracia nominal.
¿Para qué nos decimos mentiras? Se expanden el caos económico y la desesperanza social propagada por la inseguridad total; y aquí la moda, bajo amenaza de una explosión de terrorismo urbano, es la imposición tirana de las agendas de las minorías a la gran mayoría.
La historia da cuenta de que los tiranos sólo caen derrocados por la fuerza. Y estamos en manos de tres tipos de bichos políticos y gusanos burocráticos: los lánguidos mamertos voltearepas de siempre; los corruptos que hoy conforman una cleptocracia abierta y generalizada, y los criminales de lesa humanidad indultados por la estupidez y la hipocresía de nuestros políticos que hablan de paz donde no la puede haber.
Aquí se terminó la entereza, la honorabilidad y la justicia. Los principios los vendimos en el bazar de un poder Estatal que no respeta el Estado de Derecho.
Somos víctimas de permitir la mediocridad mamerta de los “políticamente correctos” que sólo hablan de democracias porque les conviene. Cómplices por permitir la instauración la cultura mafiosa asociada al narcotráfico y una cleptocracia corrupta y clientelista que sólo multiplicó los problemas que no fuimos capaces de solucionar antes de que aquí también llegara el proyecto revolucionario bolivariano al poder en manos del M-19 y apoyado por el narcoterrorismo en 2022.
La desesperación es el producto de una ruina estatal y de una inseguridad maquiladas e inmanejables que se multiplican frente a una justicia y unas fuerzas armadas castradas mental y físicamente cuando el enemigo de la ley subió al poder de manera ilegítima, y el país político al igual que en 2017 se entregó a un narcocomunismo terrorista disfrazado de alianzas políticas democráticas.
Hoy existen todos los elementos para sacar del poder al tirano con careta de presidente electo democráticamente. Pero aquí nadie de los que por obligación tienen que hacerlo, se atreve a proceder conforme a la Constitución y las leyes vigentes.
Si no nos ponemos las pilas ya mismo, anoten bien lo que nos espera por tibios, cobardes, mediocres y cómodos: Un acuerdo nacional entre todo tipo de delincuentes. Una constituyente a la medida del neo-estalinismo narcoterrorista, una ley de punto final, y otra elección fraudulenta en 2026.
Lo demás es paja. Moriremos en el narcocomunismo y serán otras generaciones, tal vez después del 2050, las que vean como de la ruina total, rebroten la libertad y el orden en estos pueblos que liberó Bolívar y que hoy han resuelto esclavizarse.
Luis Guillermo Echeverri
Publicado: julio 31 de 2024