Los colombianos nos hemos ido acostumbrando poco a poco a vivir en un país sin ley, sin valores y con una gran cantidad de derechos que el Estado nos otorga sin exigir de nosotros el cumplimiento de unos deberes. Reclamamos privilegios de la cuna a la tumba sin que mucho nos importe atropellar a los otros. “¿Hasta dónde llegan mis derechos y libertades? Hasta donde empiezan los de los demás”, solía decirse hace unos años, ya no.
Nos acostumbramos a que a las hordas de asesinos se les perdona una y otra vez en nombre de la paz y bajo el falso cuento de que no se les puede derrotar con las armas de la República. La falacia de que son inexpugnables. Como resultado, tenemos un criminal en la presidencia cuando debería estar en una cárcel de por vida.
Nos acostumbramos a que delincuentes de la peor ralea caminen tranquilos por las calles en razón a una impunidad desbordada por la desaforada laxitud judicial imperante. No hay razón válida para aceptar que un exsenador condenado a 40 años por una masacre esté ad portas de la libertad sin haber cumplido la mitad de su condena y que evada una multa de 13.000 millones declarándose en quiebra. Eso solo se ve en Colombia.
Nos acostumbramos a que los corruptos paguen penas cortas y luego salgan a disfrutar los bienes que se robaron. Olmedo López habla de pagar cinco años de prisión y devolver 1.000 millones de pesos. Sin embargo, el escándalo de corrupción de la UNGRD, con Olmedo como director, ya supera el billón de pesos. Va a devolver menos del uno por mil. Y le darán casa por cárcel. Le salimos a deber.
En consecuencia, muchos colombianos creen que todo les debe caer gratis del cielo y que nada les puede costar un centavo, trátese de la matrícula universitaria, el pasaje de TransMilenio o la entrada a un estadio para ver una final de fútbol. Y “lo que nada nos cuesta, volvámoslo fiesta”. Así, lo que ocurrió en la final de la Copa América, en Miami, fue deplorable. Se calcula que ocho mil colombianos se colaron al estadio sin boleta, y como la justicia de los gringos no se queda con nada, desde ya se sabe que habrá deportaciones, retiro de visas, pérdida de becas y cupos universitarios y hasta penas de cárcel.
Hasta hace un tiempo los colombianos se comportaban respetuosamente en el exterior, sin hacer ‘colombianadas’, por miedo a las sanciones y a sistemas judiciales de los que no se pueden burlar como en Colombia. En Estados Unidos no se pasaban ni un semáforo. Ya no. Pero a todos los que se colaron al partido les dolerá estar mal acostumbrados a hacer lo que se les venga en gana. Tendrán su castigo merecido.
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En el tintero: El próximo domingo 28 de julio son las elecciones en Venezuela. Maduro pierde ampliamente en las encuestas, hasta con el 47% de diferencia. Pero la izquierda mundial no va a soltar fácilmente a su presa como no lo ha hecho con Cuba. El socialismo del siglo XXI llegará a su fin si y solo si los venezolanos están dispuestos a luchar contra un megafraude en las calles, con todas sus consecuencias.
Recuperar a la hermana república también será de gran provecho para los colombianos en la medida en que esa plaga de delincuentes venezolanos que nos azota se devuelva para su país. Que atraquen, extorsionen y maten en su patria, ya que en la nuestra no hay autoridad ni ley que nos defienda.
Lo inquietante es que quien gane se posesionará el 10 de enero del 2025. Son seis meses en los que puede pasar cualquier cosa. En fin. Gloria al bravo pueblo.
Publicado: julio 23 de 2024