El día de las elecciones del Parlamento Europeo, en Francia se registró un crecimiento significativo de la Agrupación Nacional, partido regentado por la dirigente Marine Le Pen, hija del célebre Jean Marie le Pen.
El presidente Emmanuel Macron, hombre cuya tibieza e indefinición ideológica son cada vez más marcadas, se apresuró a disolver a la asamblea nacional y a convocar elecciones antes del término establecido.
Una aventura irresponsable desde todo punto de vista. Macron tiene por delante tres años más de gobierno. La disolución de la asamblea en medio de la confusión que reina en su país era un salto al vacío.
Y el resultado de las urnas el pasado domingo 7 de julio lo confirma. En Francia impera el sistema de las dos vueltas para elegir a presidente y para elegir a los 577 diputados de la asamblea.
Macron le apostó a la convalidación de su coalición y al aplastamiento de la derecha presidida por Le Pen y, en este caso, representada por el joven Jordan Bardella.
No fue una campaña normal. Francia sufrió un proceso electoral violento, en el que la extrema izquierda y los comunistas aterrorizaron, a través de acciones violentas a la comunidad.
El presidente francés, por su parte, se concentró en impulsar el voto en contra del grupo de Le Pen, pero no en enarbolar propuestas que atrajeran a los electores. Fue, en resumen, la campaña del miedo y del terror.
Macron dijo que habría guerra civil si ganaba la Agrupación Nacional, mientras que la extrema izquierda no dudó en advertir que su gente arrasaría a Francia si aquel partido se alzaba con la victoria. En resumidas cuentas, los ciudadanos franceses fueron a las urnas con una pistola en la nuca.
El resultado es el peor de todos los posibles. Ninguno de los tres bloques -extrema izquierda liderada por el desaforado Jean-Luc Melenchón bajo el nombre de nuevo frente popular, el desvanecido centrismo de Macron que se presenta como Juntos y la derecha congregada en la Agrupación Nacional– quedó cerca del límite de 289 escaños para poder conformar gobierno.
Según las primeras estimaciones, la extrema izquierda obtuvo entre 171 y 187 cupos. El movimiento de Macron, entre 152 y 163, mientras que la Agrupación Nacional alcanzaría entre 134 y 152 escaños.
No deja de ser impactante que, a pesar de la gran cantidad de casos de violencia, de los 275 muertos en actos de terrorismo, de los más de 700 heridos, de las 28 mil mujeres violadas por inmigrantes musulmanes, de las iglesias que han sido incendiadas, la extrema izquierda liderada por un Melenchon pro inmigración, antisemita y promotor de la violencia islamista, haya obtenido un respaldo tan significativo.
Fueron unas elecciones sin ganador. La extrema izquierda, ni el grupo de la señora Le Pen van a apoyar a la coalición de Macron para formar mayoría. Por su parte, los electores de Macron no aceptarán que sus representantes en la asamblea respalden al peligroso bloque de Melenchon, un dirigente irresponsable, que hace política con el apoyo de los violentos y que es un enemigo declarado de las libertades democráticas.
Emmanuel Macron se pegó un tiro en el pie con la apresurada disolución de la asamblea y la convocatoria a nuevas elecciones. Se llevó por delante al gobierno de su primer ministro, el homosexual Gabriel Attal quien no lleva en el cargo ni seis meses y que, por cuenta del demoledor resultado electoral, se vio forzado a anunciar su renuncia inmediata al cargo.
Lo cierto es que el caos ha quedado instalado en Francia. Se ha sentado un precedente demoledor que hará tambalear a la quinta república. Por primera vez desde 1958, unas elecciones fueron signadas por la violencia de la extrema izquierda y por la amenaza de una guerra civil, con un resultado numérico en el que es imposible que un postulado a primer ministro pueda contar con el respaldo mínimo requerido.
El señor Macron dijo que estas elecciones eran necesarias para aclarar el panorama político de su país, objetivo que no se logró y que, además, dejó el escenario aún más enredado.
Publicado: julio 8 de 2024