Las elecciones venezolanas confirmaron que el régimen colombiano es validador, léase cómplice, de la dictadura venezolana.
Valga el oxímoron: el silencio del gobierno de Petro para condenar el fraude es atronador. Mientras otros presidentes de la región no tardaron en rechazar tajantemente la tramoya protagonizada por Maduro, Petro no ha dicho una sola palabra y lo único que se ha conocido provino de la cancillería a través de un trino baboso, en el que se “exhorta al pueblo venezolano, a sus líderes políticos y a sus autoridades a rechazar la violencia, preservar la paz, priorizar el diálogo transparente y garantista de todos los sectores para la búsqueda de acuerdos institucionales y democráticos frente a la actual situación electoral en el país…”.
El único “acuerdo democrático” que vale, es el respeto al resultado real de las elecciones que, de acuerdo con las pruebas reveladas por María Corina Machado, dio como ganador incontrastable a Edmundo González Urrutia, quien obtuvo más del 70% de los votos, y no la validación del triunfo fraudulento que decretó el consejo electoral al servicio de la dictadura.
Importantes lugartenientes del gobierno Petro, como el brutal Gustavo Bolívar, le han lavado el rostro a la satrapía venezolana, aplaudiendo el supuesto sistema electoral garantista de Venezuela. Como si permitir que la oposición tenga derecho a hacer campaña y presentarse en la farsa electoral que acaba de tener lugar, fuera gran cosa.
Que la tragedia que hoy se está viviendo en Venezuela, sirva de ejemplo gráfico para los colombianos. Eso mismo que se está registrando en el país vecino, será lo que vivirá Colombia en el futuro inmediato.
Maduro es un comunista de manual. Difícilmente abandonará el poder al que está aferrado con pies y manos. Mantenerse al frente del gobierno de Venezuela es su seguro de vida. Si sale, su futuro es negro, pues lo espera una celda en los Estados Unidos, país en el que tiene deudas judiciales por pagar, y que le significarán, en el mejor de los casos, 50 o 60 años de calabozo.
Por convicción y por pragmatismo, Petro respalda a la tropicalísima tiranía venezolana. El presidente de Colombia fue uno de los primeros y más fieles aliados de Hugo Chávez.
Convicción: creyó en sus sucias ideas, lo apoyó en sus horas de desgracia cuando estuvo refugiado en Bogotá después del ignominioso indulto que le dio el expresidente Caldera, lo alabó cuando ascendió al poder a finales de los 90 del siglo pasado, y lo lloró como plañidera cuando se confirmó su fallecimiento. No se puede olvidar el texto de su publicación el 5 de marzo de 2013, mientras el dictador venezolano era velado: “Viviste en los tiempos de Chávez y quizás pensaste que era un payaso. Te engañaste. Viviste los tiempos de un gran líder latinoamericano”.
Pragmatismo: hace unos años, el iracundo cabecilla de la tiranía Diosdado Cabello, le enrostró a Petro el aporte económico que le habían hecho a una de sus campañas presidenciales. “Acá vino ese señor Petro a pedir apoyo para su campaña”. Con esas palabras, Cabello neutralizó a Petro cuando, calculadamente, intentó marcar distancia con el chavismo.
Las palabras del hombre fuerte del régimen fueron eficaces, pues desde entonces Petro ha sido como un perrito fiel que bate su colita cuando tiene al frente a su amo.
Mucho se ha dicho del papel de Maduro en la financiación de la campaña de 2022, trama en la que aparecen mencionados Armando Benedetti, Félix Plasencia -primer embajador de Maduro en Colombia durante el gobierno Petro- y el oscuro empresario Euclides Torres.
Lo cierto es que al presidente de Colombia poco o nada le interesa que el asunto del dinero sea ventilado por parte de los mandamases venezolanos. Y el precio está fijado: servir de notario del fraude del pasado 28 de julio.
Publicado: julio 31 de 2024