Hay quienes creen que los gobiernos de centro son la solución a la crispación política. Se considera por parte de algunos que la discusión maniquea entre izquierda y derecha se supera, de una vez por todas, con propuestas centristas que, en vez de polarizar, sumen pedazos de los discursos de los llamados progresistas y de los conservadores. En términos populares: colchas de retazos.
El asunto es más profundo que la mera división cartesiana entre izquierda y derecha, como bien lo expresó Ortega y Gasset en La rebelión de las masas: “Ser de izquierda es como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral. Además, la persistencia de estos calificativos contribuye no poco a falsificar más aún la realidad del presente, ya falsa de por sí, porque se ha rizado el rizo de las experiencias políticas a que responden, como lo demuestra el hecho de que hoy las derechas prometen revoluciones y las izquierdas proponen tiranías”.
El filósofo español propuso esa lúcida explicación en 1937, cuando redactó el prólogo para franceses de su más famosa obra.
En la política contemporánea de occidente, la confrontación gira alrededor de la defensa o no de los valores intrínsecos de la democracia liberal. El libre mercado, versus el intervencionismo; la defensa de las libertades humanas contra la imposición dictatorial de los llamados “colectivos”; la educación contra el adoctrinamiento.
En el infinito universo de matices grises se hallan monumentales contradicciones. Quién podría creer que un gobernante, que se presume de “derecha” y propugnador de la libertad, como el presidente de El Salvador Nayib Bukele, amenazaría con imponer controles de precios para hacerle frente a lo que él llama “especulación” de los principales proveedores de alimentos en su país.
Maurice Duverger es uno de los teóricos que más se estudia en las facultades y escuelas de ciencia política. Su origen comunista, como es natural, resta credibilidad a sus aportes, lo que no significa que haya elementos que puedan ser rescatados y, si se quiere, utilizados como base para nuevas teorías.
Duverger se concentró en el estudio de los sistemas electorales y las agrupaciones políticas. Una de sus obras más reconocidas es, precisamente, Los partidos políticos. En ese libro, expuso la estructura y el funcionamiento de las colectividades, y la manera como actúan en el desarrollo de la política, no necesariamente en ambientes democráticos, puesto que los regímenes totalitarios, no importa si son comunistas o fascistas, funcionan bajo el modelo del partido único.
El análisis de la política no es un juego de suma cero. Las situaciones no siempre son las mismas, y las consecuencias no pueden preverse de manera semejante en todos los casos.
Pero sí existen ciertas similitudes en las reacciones sociales respecto de determinadas maneras de gobernar.
En uno de sus ensayos, Duverger propuso una tesis que llama poderosamente la atención: los gobiernos de centro, de alguna manera, fortalecen a los partidos extremistas.
Hace dos décadas, los franceses veían a Jean Marie Le Pen -padre de Marine Le Pen y fundador del partido Frente Nacional- como un político extremista, xenófobo, antisemita y marginal. A comienzos de siglo, nadie habría previsto que su colectividad se convertiría en una de las principales fuerzas políticas de su país.
La presencia de Le Pen en los procesos electorales, lograba movilizar al establecimiento francés. Los conservadores y socialistas, de manera natural, se unían para impedir una posible victoria del hombre fuerte del Frente Nacional. Ejemplo de ello son las elecciones presidenciales de 2002 en las que en la primera vuelta Jacques Chirac -conservador- se enfrentaba al socialista Lionel Jospin y a otros más, entre ellos Jean Marie Le Pen.
Todas las encuestas coincidían en que la segunda vuelta sería entre Chirac y Jospin.
Grande fue la sorpresa de todos los observadores cuando se revelaron los resultados: Chirac pasaba al ballotage gracias a los 5.6 millones de votos que obtuvo, pero su rival no sería el socialista sino Le Pen quien, con 4.8 millones de votos, logró colarse a la segunda ronda.
El “aparato” político francés se puso en marcha. Todo el establecimiento hizo un frente para, lo que en su momento se decía, “defender a la Quinta República”, cuya subsistencia estaría en riesgo con un posible gobierno de Le Pen.
Llegó la segunda vuelta, y Chirac arrasó en las urnas: el 82% de los franceses votó por él. Le Pen tuvo que conformarse con el respaldo del 18%.
En los 22 años que han pasado desde aquellas elecciones, el deterioro de Francia es espeluznante. Pueblos y barrios en los que la policía no puede entrar. Zonas enteras sometidas a la barbarie de inmigrantes musulmanes que pisotean las leyes de la República y viven bajo los mandatos del Corán. Hace un par de años se conoció un estudio que concluyó que el 57% de los jóvenes musulmanes franceses consideran que las leyes de islam están por encima de las normas civiles que rigen al Estado.
De los 67 millones de franceses, alrededor de 15 son de origen árabe, y ocho millones son musulmanes fundamentalistas. Una minoría que fue capaz de poner en jaque a todo un país cuyo presidente, el centrista Macron, fue perfectamente incapaz de defender.
Sumándose al discurso buenista de que cualquier critica a los musulmanes o adopción de políticas tendientes a impedir la imposición violenta de sus ideas retardatarias y antidemocráticas, son expresiones de “islamofobia”, “racismo”, “xenofobia” y demás, Macron permitió que el mal se expandiera por todo su país.
El asunto no es de “odio” hacia una religión, sino de la defensa de unos valores sobre los que se sustentan los valores de una sociedad que ha sido víctima de la tibieza centrista.
En Colombia sucedió algo parecido. Se equivocan los que apresuradamente sentencian que “Duque eligió a Petro”. La afirmación desconoce de plano la sumatoria de hechos que desembocaron en el ascenso del actual presidente socialcomunista de Colombia, cuya victoria empezó a gestarse en 2010 cuando se enfrentó a Santos. Un año después, con la venia del presidente traidor, llegó a la alcaldía de Bogotá, donde consolidó un feudo que le sirvió de plataforma para erigir el proyecto que presentó en las presidenciales del 18 y que se consolidó cuatro años más tarde.
Claro que Petro sacó provecho de muchas posiciones ambivalentes del gobierno de Iván Duque quien le apostó a tener un gobierno sin sobresaltos. Su centrismo le pasó factura al país y se cumplió la teoría de Duverger: se fortaleció el extremismo socialista, con el agravante de que la defensa de las libertades democráticas quedó acéfala. Petro ganó dejando en silencio a muchos que hace dos décadas decían que él jamás llegaría a la presidencia.
En la Francia de hoy, gobernada tibiamente por Macron, el centro terminó catalizando a la peligrosa extrema izquierda violenta, islamista, enemiga de la civilización de la Santa Cruz y, también fortaleciendo a la derecha de Le Pen, formación que, a pesar de los señalamientos que se le hacen, se ha convertido en la tabla de salvación de millones de franceses que no quieren que su país sucumba ante los ensoberbecidos seguidores de Mahoma.
Publicado: julio 9 de 2024