Hace una década nadie habría imaginado que Estocolmo se convertiría en una de las ciudades más inseguras y peligrosas de Europa y que Suecia, otrora remanso de paz, tranquilidad y concordia, estaría entre los países con índices de violencia armada más elevados del viejo continente.
No es porque los suecos no se convirtieron en delincuentes de un momento a otro. La causa de los problemas de orden público y seguridad, es la inmigración descontrolada que causó la apertura irresponsable de las fronteras del país escandinavo.
Era impensable que la placidez de las ciudades suecas se vería interrumpida por balaceras y explosiones. Ni el más avezado de los autores de novelas negras imaginó que las calles de su país serían patrulladas por soldados, como si estuvieran en medio de una guerra.
Solamente los que algo conocen de la historia de Suecia, coincidirán en que la tragedia era previsible.
Y los colombianos tienen mucho por reprocharle a ese país que desde hace muchísimos años acogió a terroristas de las Farc y de otras estructuras delincuenciales, dándoles tratamiento de perseguidos políticos, y otorgándoles jugosas subvenciones para que impunemente hicieran propaganda de sus actividades antisociales.
Desde mediados de los años 90 del siglo pasado, en las afueras de Estocolmo, funcionaba la oficina de prensa de las Farc que operaba bajo dos personerías jurídicas: ANNCOL –Agencia de Noticias Nueva Colombia- y AJPL -Asociación Jaime Pardo Leal–.
Esas estructuras se encargaban de publicitar toda la información relacionada con la banda terrorista, justificando sus acciones delincuenciales y estimulando la comisión de nuevos actos de violencia. El Estado colombiano, durante el gobierno del presidente Uribe, hizo todas las gestiones ante las autoridades suecas con el fin de lograr la desarticulación de esas organizaciones.
El trabajo no tuvo éxito: para la cancillería de Suecia, las labores de los propagandistas de las Farc eran legítimas. A pesar de que en su momento se puso en evidencia que se estaba promoviendo el secuestro de militares, policías y civiles, Suecia mantuvo su posición, alegando que los desvalidos “refugiados políticos” de las Farc tenían derecho a exponer sus ideas.
Semejante condescendencia llamó la atención de grupos delincuenciales de países distintos a Colombia que, inmediatamente, establecieron satélites suyos en distintas ciudades de aquel Estado nórdico. La lenidad oficial terminó pasando factura y hoy, todos los habitantes de Suecia padecen los rigores de la violencia.
Y a Suecia acaba de ir Gustavo Petro para atender una visita de Estado. El presidente de Colombia estaba dichoso, fundiéndose en abrazos con antiguos conmilitones de la banda M-19 que astutamente se refugiaron en ese territorio, y que aprovecharon la presencia del mandatario colombiano para rendirle honores a su camarada y para hacerle entrega del sombrero del genocida Carlos Pizarro, como si de la reliquia de un santo se tratara.
En sana lógica, no tiene porqué sorprender la presencia de Petro en Suecia. Al fin y al cabo, ese país se convirtió en el lugar predilecto del terrorismo, la delincuencia, el bandidaje y el crimen organizado, y el presidente de Colombia tiene la particularidad de encarnar todo eso y mucho más.
Publicado: junio 17 de 2024
Qué equivocados estábamos acerca de este país escandinavo que tanto me atraía, en lo personal, por su desarrollo con sus vecinos Escandivia y Noruega.
Qué pesar que la ideología que más ha frenado el desarrollo económico y humano después de la Segunda Guerra Mundial, hoy sea a algo muy similar a nuestra Colombia.