Si Gustavo Petro cree que empató el pulso en las calles con la marcha del 1º de mayo, está muy equivocado. En primer lugar, él se montó en la marcha tradicional que los sindicatos realizan en el Día del Trabajo, que de por sí es nutrida, pero además pagó con recursos públicos la presencia de comunidades indígenas que se desplazaron en un millar de buses hasta la capital de la República para hacer parte de la misma. Igualmente, este sujeto obligó a muchos empleados y contratistas del Estado a participar de esa movilización en las calles, so pena de perder sus canonjías.
Aún así, a simple vista se puede asegurar que la marcha de Petro estuvo lejos de al menos igualar la amplia presencia de la marcha opositora del 21 de abril, y eso que en la del Día del Trabajo abundaron las banderas, las pancartas y los trapos que daban la impresión de una mayor asistencia. Además, fuera de Bogotá, las marchas de Petro fueron raquíticas, mientras que la de la oposición, sin cabeza visible ni incentivos de ninguna naturaleza, fue multitudinaria en todo el país. Es más, Petro y sus áulicos publicaron en las redes sociales fotos correspondientes a las protestas del 21 de abril como si fueran imágenes de su propia marcha.
Obviamente, y él lo sabe, hace rato perdió las calles, perdió el favor popular. De hecho, aunque las encuestas parecen muy generosas con su desgobierno, cerca de un tercio de los encuestados califican favorablemente su gestión y casi dos tercios la reprueban. Hasta petristas convencidos han abandonado ese barco. Y como él obtuvo el triunfo por una escasa minoría de 700.000 votos, le queda muy mal decir que gobierna a nombre del pueblo, o que de alguna manera lo representa. No, él no representa a nadie, menos a los pobres y los oprimidos cuando siempre ha vivido como un oligarca por cuenta de los impuestos que pagamos los colombianos.
No obstante, de ese argumento se pega y con él quiere defenderse de las acusaciones de haber violado el tope de financiación de las campañas electorales, cosa que está más que probada y que debería ocasionar su destitución a menos que la institucionalidad no funcione al ser indebidamente ‘engrasada’ como lo habrían sido los presidentes del Senado y la Cámara, y otros 15 congresistas y varios ministros, con el fin de aprobar las reformas petristas. Pura mermelada contante y sonante que no pudo ser ordenada por un funcionario cualquiera sino por el mismísimo presidente de la República. Algo normal para un psicópata irredento que está grabado recibiendo dinero en bolsas. Esa es la esencia de este gobierno, es su impronta.
Pero, volviendo a la marcha del 1º de mayo, hay que ver que a Petro le sirvió para muchas cosas, todas ellas aberrantes. Basta decir que un mandatario debería ser defenestrado por calificar la protesta de la oposición como “marcha de la muerte”, y a sus participantes como “mafiosos”, “esclavistas”, “conspiradores” y cosas por el estilo que están muy cerca de configurar los delitos de injuria y calumnia, y ponen en riesgo a los activistas de la oposición.
Por otra parte, muchos califican de traición a la Patria el atrevimiento de ondear la bandera del grupo criminal M-19, lo que sin duda constituye una ofensa para las víctimas y un irrespeto hacia el Estado colombiano y la sociedad entera que les perdonaron miles de graves delitos a estos bandidos; hechos de los que Petro no ha mostrado nunca ni el menor arrepentimiento. Y, como si fuera poco, este sujeto usó la marcha para anunciar el rompimiento de relaciones con el Estado de Israel, lo cual no parece tener relación con un sentimiento de solidaridad con la población de Gaza sino ir por otro lado.
En efecto, este gobierno nos lleva al abismo sin pausa pero sin prisa en medio de estrategias abominables pero bien planeadas. Bien sabemos que una de ellas es debilitar a las Fuerzas Armadas, y ese es el mayor efecto de romper relaciones con Israel: ya no contaríamos con repuestos para los viejos aviones Kfir, ni con algunas piezas que se requieren para los fusiles Galil, que en buena parte son fabricados en Colombia. Tampoco tendríamos baterías antiaéreas, ni radares, ni asesorías de inteligencia.
La semana anterior se estrelló un helicóptero MI-17 del Ejército con un saldo de nueve militares muertos. Hay una decena de estas naves de origen ruso apiladas en la base de Tolemaida porque Petro canceló el contrato de mantenimiento escudándose en la guerra entre Rusia y Ucrania, todo porque EE. UU. ofreció comprarlas para cederlas a Ucrania y eso rompería una especie de neutralidad de Colombia. Pero el hecho de que una empresa rusa les haga el mantenimiento no perjudica a nadie; más bien el no hacerlo va dejando a nuestro Ejército huérfano de apoyo aéreo, como una fuerza cualquiera de las que se disputan los territorios. Una fuerza cada vez más débil sin aviones, ni helicópteros, ni fusiles…
Así, el país queda en manos de las milicias de Petro: las guardias indígenas, campesinas y cimarronas; los grupos que andan pactando la ‘paz total’ y la ‘primera línea’ que quemó el país en el mal llamado estallido social. Un país listo para la dictadura comunista.
Sin duda, una movida perversa en este ajedrez, pero bien jugada de acuerdo a sus propósitos justo cuando se destapa la olla podrida del Ungrd, de donde ha salido la plata para comprar las reformas y que parece el más grave de los escándalos descubiertos a este gobierno, lo que ocasionará una nueva y peligrosa huida hacia adelante del loco que está al volante. ¿A dónde iremos a parar?
Publicado: mayo 7 de 2024