El juicio contra el presidente Uribe es una pantomima. Fue acusado por la fiscalía petrista por unos delitos que no cometió. Su inocencia es tan evidente como el tamaño del tinglado que erigieron sus enemigos ideológicos.
Uribe está siendo sometido a un remedo de juicio. No tiene garantías y la condena será inevitable. Los estalinistas orquestadores de la farsa, incapaces de derrotarlo en la batalla democrática, acudieron a la justicia politizada para acoquinarlo y sacarlo definitivamente del camino.
El de él no es el primero ni será el último caso de persecución política disfrazada de proceso penal. La historia está cargada de ejemplos.
Es insoportable ver a sus acusadores posando de victimas, cuando son ellos los que han transgredido el código penal con aborrecible desenvoltura.
Todos los derechos fundamentales le han sido vulnerados. No se ha respetado el debido proceso, violado la reserva del sumario e invadido su intimidad; sus comunicaciones también fueron ilegalmente interceptadas. Todos los recursos presentados por sus defensores son rechazados de plano, sin siquiera ser evaluados.
Los abogados del presidente han hecho lo que está a su alcance para ejercer la defensa de la mejor manera posible, con resultados infelices. De nada sirven los sesudos argumentos que esgrimen en las diligencias. El juez de turno ni siquiera los oye, y mucho menos los pondera.
No es de extrañar que los abogados de Uribe tengan una suerte semejante a la de los representantes de María Antonieta de Austria, sometida a juicio durante el tristemente célebre reinado del terror. Por instrucciones de Robespierre, la esposa de Luis XVI fue acusada de espionaje, malversación y hasta de desviación sexual.
Para darle una apariencia de legalidad al proceso, el tribunal le asignó dos abogados a la reina. Los letrados, a pesar de la evidente adversidad, intentaron desempeñar su función con el decoro y el profesionalismo que correspondía. Pagaron muy caro su desempeño, pues los jueces ordenaron su encarcelamiento.
Que nadie se sorprenda si los doctores Granados y Lombana terminan enredados judicialmente como “castigo” por haberse atrevido a aceptar un poder del presidente Uribe.
Esto no se trata de argumentos, de la práctica de pruebas, de valoraciones reposadas, sino de acabar rápidamente el asunto y despachar una sentencia condenatoria que debe estar redactada desde hace bastante tiempo.
Entonces, ¿el expresidente va a seguir caminando hacia el abismo? ¿Permitirá que continúe el ultraje? Existen herramientas para buscar protección frente a una persecución. Uribe es un dirigente que goza del respaldo de millones de colombianos. Si bien es cierto que ha sufrido un desgaste importante, no menos lo es que su legado es ampliamente reconocido nacional e internacionalmente. Así le irrite sobremanera al socialcomunismo, a comienzos de siglo, Álvaro Uribe Vélez salvó a Colombia del narcoterrorismo y eso continúa siendo objeto de reconocimiento por múltiples Estados.
Han pasado 18 años desde su salida del poder y las cosas han cambiado. Hoy, en la Casa de Nariño habita un exterrorista que llegó a la presidencia financiado ilegalmente y con el poyo de la criminalidad organizada.
Y es la corriente que lidera Gustavo Petro la principal interesada en salir, de una vez por todas, de Álvaro Uribe, un hombre que es visto por la extrema izquierda como uno de los pocos dirigentes capaces de evitar, entre otras cosas, la perpetuación de Petro en el poder.
Publicado: mayo 29 de 2024