Así suene reiterativo, como lo que llueve sobre mojado, hay que decir una y otra vez que el que nos desgobierna no es fascista ni populista, sino simple y llanamente comunista. Pero como este calificativo no le suena bien al pueblo colombiano, dice de sí mismo que es «progresista».
Comunista es a todas luces. Lo que manifestó en Alemania acerca de la caída del muro de Berlín y en China ante la tumba del genocida Mao Zedong no deja lugar a duda alguna sobre su identidad política, la que corrobora rodeándose en puestos claves de comunistas redomados o al menos simpatizantes de la extrema izquierda.
Descree totalmente de la economía libre. Pretende reemplazarla bien sea por la estatización, ya por la propiedad comunitaria, cualquier cosa que ello signifique. Podría ser la propiedad obrera, como lo que al parecer pretende hacer con Ecopetrol, pero también la de las comunidades, al estilo de las indígenas y las afrodescendientes.
En su convulso cerebro bullen aspiraciones quizás descabelladas tendientes a reemplazar la libre iniciativa individual por fórmulas que ya han demostrado su fracaso en otras latitudes.
Ignora que en los tiempos que corren se ha llegado a soluciones de compromiso entre lo público y lo privado que producen buenos efectos para las comunidades.
De ello se dieron cuenta los comunistas que gobernaban en distintas áreas del globo terráqueo. Aceptaron que las fórmulas dogmáticas condenaban a sus países al atraso y dieron el salto para aplicar el pragmatismo de Deng Xiaoping, para quien no importaba el color del gato, sino que éste cazara ratones.
Recuerdo que el embajador de Vietnam en Chile, que estaba ahí para promover negocios que beneficiaran a su país, me contaba que el cambio en su sistema productivo se produjo de la noche a la mañana. El alto mando les preguntó a sus agentes qué estaban haciendo para que la economía funcionara. A los que respondieron que estaban aplicando los planes establecidos los reprendieron, porque lo que tocaba en adelante era liberar la iniciativa de los emprendedores. Hoy Vietnam aplica para figurar entre los «tigres» del sudeste asiático, pues tiene una economía pujante que compite con ventaja en el mercado mundial.
Nuestro Profeta Apocalíptico predica sobre todo lo imaginable en la esfera cósmica, pero nada se le ha escuchado que sea inteligible para promover un desarrollo que satisfaga las apremiantes necesidades del pueblo colombiano. Lo que se sigue de sus delirios es la destrucción de la riqueza colectiva. ¿A qué líder sensato podría ocurrírsele renunciar de la noche a la mañana a lo que representa algo así como el 40% de nuestro comercio exterior o modificar de tajo la administración de la más importante de nuestras empresas para ponerla bajo el control de sus obreros?
Bien lo ha dicho de nuevo Milei: está hundiendo a Colombia. Es consciente de que el agua revuelta le trae ganancias, igual que a los pescadores. Pero en este caso el resultado sería de peces muertos.
Nuestro Líder Galáctico tiene propósitos ocultos, pero bien definidos. Insisto en que no sirve las aspiraciones del pueblo colombiano, sino los designios de la secta globalista de la que es un peón. Ojalá que la institucionalidad funcione para frenar sus impulsos caóticos.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: febrero 29 de 2024