De la “nena” Rojas a la “nena” Petro

De la “nena” Rojas a la “nena” Petro

La estruendosa silbatina que se oyó recientemente en el estadio de Barranquilla con ocasión del partido entre Colombia y Brasil, tenía destinatario único y específico: el desprestigiado Gustavo Petro. 

Quienes acudieron al evento, al registrar la presencia de la familia presidencial, que procede como una banda, desataron una monumental silbatina que causó una rabieta a la hija adolescente de Petro.

El mandatario se encontraba en los Estados Unidos y, tan pronto supo de lo sucedido, en vez de reaccionar con la ponderación de la que debe hacer gala todo gobernante, procedió como un enajenado mental, inventando que su hija había sido cobardemente maltratada y sometida a una injustificada tortura psicológica orquestada por sectores oscuros de la dirigencia atlanticense. 

Nada de lo expresado por Petro Urrego se asoma a la verdad. El pueblo espontáneamente expresó rechazo a él, a su régimen oprobioso y corrupto, a las vagabunderías que se han conocido, a los abusos de poder, a las exhibiciones propias de los nuevos ricos que se le han visto a su indiscreta esposa y a su desafiante vicepresidenta. 

Es aquello es a lo que se debe el ensordecedor abucheo del Metropolitano

Petro, rencoroso, violento, agresivo, vengativo, efervescente, no cruzará sus brazos y es más que evidente que está mascullando el desquite, como en su momento hizo el inspirador de la banda terrorista a la que él perteneció, el corrupto usurpador Gustavo Rojas Pinilla.

Esta es la historia. Rojas se hizo ilegalmente al poder en junio de 1953, con el apoyo irrestricto del liberalismo felón y de unos cuantos conservadores traicioneros que le dieron la espalda al presidente legítimo, Laureano Gómez. 

Dos años y medio después del golpe, los liberales acomodados le arrebataron al laureanismo el liderazgo de la oposición a la dictadura, bajo la batuta de Alberto Lleras Camargo quien regresó a Colombia a finales del 55 cuando culminó su gestión como secretario de la OEA. 

En febrero de 1956, con ocasión de la tradicional -ahora perseguida por los progresistas que promueven el asesinato de bebés en el vientre, pero se preocupan por la protección de la vida de los toros de lidia- temporada taurina de Bogotá ocurrió algo parecido a lo visto en Barranquilla la semana pasada.

Cuando los aficionados registraron el ingreso de Lleras a la Santamaría, prorrumpieron en vivas y aplausos que en cuestión de segundos se convirtieron en broncazos y silbidos contra la dictadura de Rojas. La hija del tirano estaba en la plaza en compañía de su esposo. Salió hecha una furia de la corrida, increpando y lanzando madrazos contra los manifestantes. Reacción idéntica a la de la frenética adolescente Antonella Petro.

María Eugenia, conocida como la nena, corrió a informarle a su padre el mal momento vivido en la plaza. El dictador, sucio, violento y rencoroso ideó la venganza. El domingo siguiente, llenó a la Santamaría de policías políticos -que la gente llamaba chapoles– vestidos de civil y ordenó que su hija se hiciera presente. Cuando los asistentes se percataron de que la nena estaba en el lugar, volvieron a lanzar arengas contra Rojas. De inmediato, asomaron las cachiporras y los bolillos. Las palizas fueron inmisericordes. Muchísimas personas resultaron gravemente heridas. Muchas sufrieron lesiones permanentes. Aunque durante muchos años se aseguró que en la plaza hubo una masacre, lo cierto es que se pudo establecer que solo hubo un muerto que fue lanzado desde la fila 8 hasta la arena, pero su cabeza chocó contra el borde de uno de los burladeros. 

Rojas creyó equivocadamente que la tunda propinada por sus hombres aplacaría para siempre los ánimos de los enemigos de su satrapía. Le falló al cálculo. La golpiza de la plaza de toros es considerada por atildados historiadores como el comienzo del fin de ese gobierno postizo que cayó 15 meses después de esos hechos. 

Petro, que es tan seguidor de ese general canalla, que militó en la estructura criminal tutelada por el rojaspinillismo, debería abstenerse de juzgar lo ocurrido la semana pasada en el estadio, asumir con serenidad el mensaje, aprender de él y si es cierto que quiere tanto a su hija, protegerla, no exponerla, mantenerla al margen de cualquier evento público -si es del caso ponerla al cuidado de unas monjas de clausura- e ir al fondo del asunto, comprendiendo el porqué de las protestas contra su administración, que es la manifestación sonora de ese 70% de desaprobación popular. 

Que ni se le ocurra mandar a golpear a los aficionados al fútbol en el próximo partido de la selección Colombia. 

@IrreverentesCol

Publicado: noviembre 21 de 2023