Petro tiene una relación intermitente con la verdad. Algunos alegan que su corrosiva adicción a las drogas y al alcohol ha deteriorado irreversiblemente su capacidad para discernir entre lo cierto y lo fantasioso.
Se convenció a sí mismo de que él es un líder de talla mundial, un estadista respetado y respetable al que el planeta oye con atenta devoción. Desde comienzos de esta semana, desató una suerte de campaña de expectativa respecto de su comparecencia ante la 78 asamblea general de ONU.
En su cuenta de Twitter -ahora X-, escribió: “Hoy es mi discurso en las Naciones Unidas. Hablaremos en este orden la sesión (sic): 1. Lula. 2. Biden. 3.Petro”. Sintió que el suyo era un momento trascendental, quizás más importante que la famosa intervención del embajador estadounidense Adlai Stevenson ante el consejo de seguridad durante la célebre “crisis de los misiles”, cuando el mundo estuvo ad portas de una guerra nuclear.
Llegó el momento de Petro y la situación resultó en extremo incómoda para quienes estaban dirigiendo la sesión, entre ellos el secretario general de la organización. A su lado, el impotente presidente de la sesión martillaba y llamaba desesperadamente al orden, invocando la calma y rogando a los asistentes que se dispusieran a oír al mandatario colombiano que, entre tanto, giraba su cuerpo de un lado a otro, como un desesperado que busca la salida de emergencia en un incendio.
Los reveses siempre tendrán una explicación, una justificación o un “yo no sé de qué me está hablando”., como cuando se le preguntó por los delitos del primogénito y la fórmula de solución consistió en alegar que “yo no lo crie”. No hay que ser muy perspicaz para concluir que, si tuvo las agallas de hacer parte de una banda terrorista, obviamente es capaz de negar a su propio hijo, y hasta de vender a su madre a una banda de traficantes de mujeres. Superado el bochorno y frente a los que quedaron en el recinto de las Naciones Unidas, Petro leyó su discurso. Nada nuevo. Proclamas neocomunistas, llamados estrambóticos, planteamientos imposibles con una estructura colmada de errores. En algún momento un chupóptero de turno debió decirle que él era un aquilatado orador, y desde entonces habla como los poetas fracasados que se paseaban por los cafetines y los burdeles de los pueblos.
Todo en él es una farsa. No es un estadista, sino un hampón que se desmovilizó de una banda terrorista, pero continuó vinculado con la criminalidad organizada. No es un visionario, sino un embaucador que echó mano del discurso manido del ambientalismo para acercarse a la élite socialcomunista global, que continúa viéndolo como un sucio truhan que llegó al poder con el dinero del narcotráfico y el apoyo de lo más sucio de la politiquería colombiana.
Petro no es víctima de una campaña de desprestigio, ni de la promoción del odio en su contra. El padece las consecuencias de sus actos, los estragos de su pasado y el resultado de su oscuro presente.
En virtud de su incapacidad para erigir una barrera que diferencie lo que es cierto de lo que no lo es, seguirá diciendo -como un loquito- que su presencia en la Tierra cambiará el destino de la humanidad. Y mientras tanto, Colombia continuará hundiéndose en el fango del desgobierno y de la ruina económica. Aquel es el “cambio” que quiso la mayoría, y ahí lo tienen.
Publicado: septiembre 20 de 2023
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