En la neolengua recreada por Orwell en la obra 1984, se incorporó el concepto y la figura de la policía del pensamiento, cuya misión era la de investigar y encarcelar a quienes tuvieran ideas que riñeran con el discurso y las posiciones oficiales. Darle rienda suelta a la imaginación era un delito.
Orwell escribió su libro en 1948 y lo que parecía una novela, resultó en una clarividencia. Todo lo que planteó se cumplió durante la guerra fría y en los años posteriores a la caída del muro de Berlín.
Se equivocan radicalmente los que apuntan que el comunismo murió con la reunificación alemana y el colapso de la Unión Soviética. Como el virus de inmunodeficiencia humana, ese fenómeno maldito muta aceleradamente.
Los contenidos de los cuadernos de Gramsci escritos a comienzos del siglo pasado, son el manual nuclear de operación de los que hoy se presentan como “progresistas”.
Las revoluciones marxistas no se hacen a balazos -aunque la violencia, esa que los comunistas llaman ‘partera de la historia’, sigue siendo una herramienta irremplazable-, sino a través de la comunicación, las redes sociales y la educación, entre otros.
El marxismo cultural es el gran enemigo de la civilización de la Cruz, de la libertad democrática y de los valores tradicionales.
De un momento a otro surgió el neologismo de la cultura de la cancelación. No son las desaparecidas Staside Alemania oriental, o el NKVD soviético, o la Securitate de Ceauecu, o la Sigurimi albanesa las entidades encargadas de identificar y pulverizar al que piensa distinto, sino las implacables redes sociales y los medios de comunicación al servicio de la causa neocomunista los que pulverizan a quien se atreva a desmarcarse de la tal “corrección política”.
Ante la magnitud del riesgo, muchas personas optan por autocensurarse. Prefieren no expresar sus ideas o sus gustos para salvar su propio pellejo.
En La mancha humana, el novelista estadounidense Philip Roth recrea la tragedia padecida por un profesor universitario sometido a la cultura de la cancelación por cuenta de que unos alumnos que señalaron falsamente que un comentario suyo era profundamente racista.
Perdió su empleo, su esposa murió a causa de la angustia que le produjo el escándalo, sus hijos lo repudiaron. Lo que narra el libro es el reflejo de la pesadilla que agobia a millones de personas condenadas por la iracundia progre. .
En una sociedad donde impera el derecho y las libertades humanas, una persona sólo puede ser condenada por cometer un acto que vaya en contra del ordenamiento legal.
La realidad está superando a la monumental imaginación de Orwell. El escritor británico no previó que el gran hermano podría inventarse un mecanismo que conduzca al castigo de los deseos de un ser humano.
En España se está presentando un caso dramático. Un grupo de jovencitos que están empezando la universidad crearon un grupo de Whatsapp. Se trata de comunicaciones PRIVADAS en las que cada uno dice lo que piensa y comparte sus deseos con total tranquilidad.
Se trata de muchachos de menos de 20 años. Algunos de ellos expresaron sus deseos y fantasías sexuales respecto de determinadas alumnas. Es importante recalcar que las mujeres a las que se refieren no están en el grupo, ergo no puede hablarse de un acoso o de un comportamiento virtual indecoroso. De nuevo: la charla era privada y entre amigos.
En resumidas cuentas, es una conversación de adolescentes en la que se hace evidente la sobrecarga de hormonas, de fantasías y, cómo no, de fanfarronerías.
Sin que mediara una orden judicial -sería el colmo que un juez ordenara interceptar las conversaciones de jóvenes universitarios- el chat fue interceptado y apartes de las conversaciones filtrados a una periodista de extrema izquierda, la señora María de los Ángeles Barceló, quien se presenta como “Àngels”.
La comunicadora, desde el pedestal moral socialcomunista, instaló un tribunal radial inquisitorial que de manera sumarísima expidió sentencia condenatoria contra los desgraciados participantes de ese chat, cuyas vidas han quedado despedazadas.
Los pusilánimes directivos de la universidad, con indignación impostada, advirtieron que se adoptarán medidas implacables contra los peligrosos antisociales que cometieron la locura de expresar privadamente sus deseos sexuales.
Llama la atención la obsesión de los neocomunistas por perdonar los delitos de sus aliados, mientras imponen sanciones por conductas imposibles de tipificar contra quienes no se matriculan en su corriente política.
De hacer carrera esa monstruosidad de sancionar a alguien por lo que sucede en los confines de su mente, o por los deseos que exprese privadamente, las libertades humanas quedarán perfectamente liquidadas.
¿Se condenará al ensoberbecido conductor que tenga un instantáneo deseo de asesinar a otro que le cierre el paso, o que no le conceda la vía? ¿Será expelida la mujer que imagine determinadas conductas eróticas con el hombre que ocupa la banca del frente en el tren?
Vivimos en los tiempos de estrechamiento de las libertades por orden de la corriente socialcomunista. En su monumental obra Los fundamentos de la libertad, Hayek plantea que “la tarea de una política de libertad debe, por tanto, consistir en minimizar la coacción o sus dañosos efectos e incluso eliminarlos completamente, si es posible”.
Sócrates, maestro y fuente de conocimiento de los grandes filósofos atenienses, fue condenado a muerte. Los enjuiciadores concluyeron que él era inmoral y, en consecuencia, debía ser ejecutado. Su “delito”: dudar de la existencia de los dioses reconocidos por el Estado. Aquellas fluctuaciones intelectuales eran, en criterio de los magistrados, corruptoras de la juventud (¡!).
¿El mundo contemporáneo está regresando a aquellos tiempos? Los culpables ya no son obligados a ingerir cicuta -como le sucedió a Sócrates-, o quemados en las hogueras por mantenerse fieles a sus creencias más íntimas -caso Juana de Arco-, sino lapidados moralmente; cancelados social, profesional y económicamente por pensar y por desear cosas diferentes a lo impuesto por el oficialismo dogmático progresista.
Publicado: septiembre 13 de 2023
Escriban sobre todo el «affaire» Rubiales- Hermoso, en España. Ese es igual o peor que el de los estudiantes.