Chile: 50 años de libertad (Segunda parte)

Chile: 50 años de libertad (Segunda parte)

El golpe que devolvió la libertad

Mucho se ha especulado sobre el papel de la CIA en el derrocamiento de Allende, cuyo gobierno empezó a agonizar desde finales de 1972. Oficialmente, el gobierno de los Estados ha negado cualquier participación en la caída del presidente marxista, pero documentos desclasificados dejan en evidencia que, efectivamente, el asunto chileno era del mayor interés para el presidente Nixon y, particularmente, para su asesor de seguridad nacional y después secretario de Estado Henry Kissinger.

Uno de los más activos en la denuncia de los abusos y desmanes de Allende fue el entonces propietario del diario El Mercurio Agustín Edwards quien, a través de un contacto, mantuvo debidamente informado a Kissinger sobre el deterioro de la situación política de su país y los alcances de las políticas retardatarias y confiscatorias del presidente.

En un principio nadie creyó posible un golpe militar. Además de que las condiciones no estaban dadas, en el ejército chileno preponderaba la corriente constitucionalista, respetuosa de la no intromisión de los uniformados en asuntos políticos.

La apuesta fuerte estaba en la vía electoral, particularmente en las elecciones parlamentarias previstas para marzo de 1973. Habían pasado poco más de 24 meses de gobierno. Todos los sectores democráticos, incluida la democracia cristiana que con toda la candidez posible apoyó la designación de Allende a través de la votación en el Senado, estaban en la oposición al régimen.

Se selló una alianza denominada Confederación de la Democracia que se enfrentó al grupo comunista de Allende. La constitución que regía en Chile estipulaba que dos terceras partes del Senado podía destituir al presidente de la República.

La oposición necesitaba aumentar su número de curules. En esas elecciones se elegían 25 nuevos escaños de los 150 que tenía el Senado. Bastaba con llegar a 100 para iniciar el proceso de remoción del Allende.

El resultado fue inferior al esperado. A pesar de quedar con una mayoría holgada, a los defensores de la democracia les faltaron 13 senadores para el mínimo requerido.

Tan pronto se conocieron los resultados electorales, empezó a hablarse del golpe de estado.

El problema surgió de inmediato: no había un solo militar de alto rango que hubiera mostrado disposición a liderar el proceso de remoción de Allende.

El general Carlos Prats era un militar que gozaba de un gran respeto y popularidad. Allende, en aras de neutralizar cualquier conjura en su contra, lo designó como ministro del Interior y después como comandante en jefe del Ejército.

Mientras Prats estuviera en el gobierno, cualquier levantamiento estaba condenado al fracaso, como ocurrió el 29 de junio de 1973 cuando tuvo lugar el célebre Tanquetazo, un intento de golpe liderado por un teniente coronel al mando de 15 tanquetas con las que pretendió sitiar el palacio presidencial de La Moneda.

La acción fue rápidamente sofocada por los hombres al mando del general Prats. La veintena de muertos que arrojó el Tanquetazo fueron la cuota inicial del golpe definitivo que tuvo lugar dos meses y medio más tarde.

En agosto del 73, Prats manifestó su deseo de retirarse del ejército y le recomendó a Allende que en su reemplazo nombrara al general Augusto Pinochet, un hombre disciplinado, con buena formación militar y, lo más importante, respetuoso de la constitución.

Diecinueve días después de su ascenso como comandante del ejército de Chile, el general Augusto Pinochet Ugarte lideró el derrocamiento del comunista responsable de la destrucción de la libertad, de la unidad nacional, de la economía y del futuro de Chile.

El apoyo al levantamiento era masivo. El pueblo chileno no podía más. Las carencias, acompañadas por los excesos del fundamentalista que ejercía la presidencia de la República, fueron el catalizador del respaldo a la medida adoptada.

Fue un golpe que le devolvió la libertad a un pueblo oprimido. Allende, que debía ser pasado al banquillo de los acusados, al ver la magnitud del levantamiento militar, echó mano del fusil Kalashnikov que le regaló Fidel Castro en su visita de 1971 y, sentado en un corredor del palacio de La Moneda, se voló los sesos, como certificó su médico personal el doctor Arturo Jirón.

La extrema izquierda fanfarronea con que el de Allende era un gobierno defensor de las libertades. Basta con revisar desapasionadamente las ejecutorias y las medidas adoptadas durante los 34 meses de la administración para concluir lo que es obvio: Chile estaba condenada y gracias a la intervención militar, ampliamente respaldada por ciudadanos de todos los estratos, el país no solo resucitó, sino que en un santiamén se convirtió en una de las naciones más fuertes de la región.

Lo “políticamente correcto” es condenar a Pinochet y exaltar a Allende. El mundo al revés, pues el responsable de la debacle fue Salvador, y el salvador, curiosamente, fue el general.

@IrreverentesCol

Publicado: septiembre 12 de 2023