El comunismo es el otro hijo calavera del socialismo que también parió al nazismo y al fascismo, lo ha sido a lo largo del siglo pasado y lo es en esta era del socialismo del siglo XXI.
¿A quién ha beneficiado la implantación del comunismo a lo largo de la historia? Sólo a los que manejan el partido y a los corruptos que negocian con el régimen, una nueva élite que, para ejercer el poder de manera totalitaria indefinidamente, apela a la destrucción de la riqueza cultural y económica, del derecho a la vida y a la propiedad privada de los pueblos.
¿Acaso para el pueblo los regímenes totalitarios comunistas no son lo mismo que de forma arbitraria y violenta hacían unos pocos en las épocas monárquicas, lo mismo que hacen todo tipo de dictadores en la era republicana, y lo mismo que también han hecho siempre muchos caciques en las culturas indígenas ancestrales?
Para romper ese círculo vicioso entre la demagogia que manejan los discursos de las extremas, una sociedad moderna no puede estar liderada por personas con afectaciones ideológicas que las lleven a estados mentales que oscilan entre la maldad, la perversión y la demencia.
Una nación nunca podrá progresar mientras sus líderes políticos e institucionales en lugar de facilitar el trabajo de los particulares y rendir resultados a la ciudadanía, se acomodan a convivir con una pila de individuos que se dicen gobernantes y líderes sociales, pero que, por acción u omisión, hacen parte de una corruptela mafiosa, inútil e incapaz de dar ejemplo a las nuevas generaciones y de combatir la violencia ejercida por criminales en cualquiera de sus manifestaciones.
Hoy los gobiernos tienen que estar en manos de las personas idóneas para conducir esa gran empresa que es el Estado en la era del conocimiento y la convergencia tecnológica; de lo contrario lo único que seguirán recibiendo los pueblos es una condena perpetua a la miseria.
Las democracias y, en general, todos los sistemas de gobierno tienen que poderle exigir a los servidores públicos excelencia en su condición humana, solvencia ética, profesionalismo y capacidad de producir resultados en favor del interés general.
Sólo deben aspirar a manejar las posiciones de gran responsabilidad en el sector público, quienes puedan acreditar que su experiencia sobrepasa los requisitos mínimos que cualquier empresa privada exija a sus administradores para poder ocupar posición alguna.
Una nación que quiera progresar no puede darse el lujo de estar gobernada por una casta que comulga con la degeneración demencial que brota de la cultura de la tolerancia al crimen, que se nutre y fomenta las adicciones al poder, al alcohol, a la marihuana, la cocaína, el bazuco y el tusi.
Sabemos que con el manejo adecuado de la retórica demagógica del populismo, es fácil mentirle al pueblo en las redes sociales y por los medios de comunicación, pero ¿por qué no someten a un riguroso examen psicológico y de toxicología a todo aspirante a cargo público?
No podemos exigirles una cosa a los médicos, a los deportistas, a los pilotos, a los conductores de los buses escolares, a los gerentes y administradores de las empresas, y al mismo tiempo permitir que la política la controlen criminales, viciosos o ineptos alcahuetes de los anteriores.