Una cita con la mar

Una cita con la mar

Con la venia de mis editores y pacientes lectores, hoy transcribo mi intervención en el marco de la conmemoración de los 50 años de ingreso del Contingente Naval Regular 66 y Mercante 23 a la Escuela Naval de Cadetes “Almirante Padilla” de la Armada Nacional. Desde ahora presento disculpas, si algunas reminiscencias navales o expresiones marineras no resulten comprensibles:

Tanto por recordar, cuánto por evocar y mucho para decir, pero debemos ser breves y austeros, en este arribo a la conmemoración de los 50 años de ingreso del Contingente Naval Regular 66 y Mercante 23, a la Escuela Naval de Cadetes “Almirante Padilla”; Universidad del Mar, Academia de Altos Estudios Navales y Mercantes, Cuna de Caballeros del Mar y de distinguidos Oficiales Mercantes.

Emocionados, y con profunda devoción, fervor y gratitud, hoy nos congregamos en este sagrado recinto, para honrar a la Armada Nacional, a la Escuela Naval y a quienes nos ayudaron a forjarnos, así como para rendir homenaje póstumo a nuestros compañeros que prontamente zarparon al mar de la inmensidad.

Cuántas vivencias y experiencias, tuvimos y compartimos. Cuántos momentos de duda, fatiga, debilidad, tristeza y júbilo vivimos. Cuántos valores, conocimientos, habilidades y destrezas adquirimos. Cuánto crecimos, maduramos y nos formamos en esta Isla de Manzanillo.

Solo reconocimiento, agradecimiento y gratitud tenemos, por esta querida y entrañable Alma Mater, fundada en 1935 por el Capitán de Navío inglés, Ralph Douglas Binney, y, por todos los que nos enseñaron a identificar ayudas a la navegación y a reconocer señales confiables para avanzar seguros en mares apacibles o turbulentos.

Cómo no recordar, a los señores Oficiales que nos recibieron aquel memorable 7 de enero de 1973, entre ellos, el señor Teniente de Navío Luis Alfonso Bernal Sánchez, Comandante de la Compañía Delta; el Comandante del Batallón, señor Capitán de Corbeta José Vicente Londoño Jaramillo; el Director de la Escuela, señor Almirante Benjamín Alzate Reyes; el Brigadier Mayor de la Compañía Delta, Guardiamarina Luis Gallo; el Brigadier Mayor del Batallón, Guardiamarina Humberto de Armas, así como a tantos y tan distinguidos Oficiales y Guardiamarinas, que nos orientaron y ayudaron a trazar rumbos fiables, y a mantener firme el timón para llegar a puertos seguros sin desfallecer.

Y cómo no evocar y agradecer a nuestros exigentes maestros, entre ellos, los profesores Guillem, Rafael Martinez, César Cassiani, Mister May, Antonio J. Olier, el Capitán de Altura Víctor Manuel Estévez y tantos otros, que sembraron ciencia y virtud en nuestras mentes y corazones.

También plena nuestra memoria, el recuerdo de, Guesa Denesfai, quién convirtió un pedregal de caracolejo en fresco vergel; del mítico Hollman, celoso custodio del pañol de uniformes de tierra fría, siempre oliente a humedad y naftalina; del inescrutable Enfermero Pinto y su arsenal de chocolates; de Mañe, con su mueca carcajada y sus furtivas jarras de limonada; de Úrsula, pero no Úrsula Iguarán la esposa de José Arcadio Buendía en Cien Años de Soledad, sino Úrsula, la bella y atractiva de la lavandería; de Bailabien o “Dancingood”, mercader de bocadillos y golosinas en la oscuridad; de la amorosa y venerable Concha y sus insuperables arepas de huevo dominicales; de Dionisio Balanta y su abominable grito al amanecer, “Atletas, a entrenar, no somos nadie”; de Boxer, amo y señor del pañol de deportes; del maestro Jorge Humberto Briceño director del Coro, empecinado en hacer de la música lírica otro estandarte de la Escuela Naval, y de tantos otros imperecederos personajes.

Jamás hemos olvidado, nuestras primeras clases de marinería en el añoso y luego desguazado Renato Beluche; nuestro emocionado juramento de bandera y entrega de armas; nuestro primer embarque a bordo del Destroyer A.R.C. Córdoba, hoy exhibido en el Parque Jaime Duque; el hondo calado de nuestros placenteros fondeos en clases de astronomía en el planetario; a la mítica Lulú, silente cómplice de Juancho Rubio; las extenuantes remadas en ballenera con reinas abordo, en el Concurso Nacional de Belleza; las vueltas al elefante blanco, los cañones, el último poste y la isla; como tampoco, nuestros tormentosos y desesperados días de rutinarios y de embarque en tierra, y menos, nuestros elegantes bailes sobre el piso rociado con Maizena, los ejemplares de la Revista La Corredera y el periódico Singladura, al igual que nuestros orgullosos desfiles en Bogotá, Barranquilla y Cartagena en las fiestas patrias, con el aguaje lento y cadencioso, propio e inconfundible de la Marina, al compás de su deslumbrante banda de guerra, empavesada con sus gaitas escocesas.

Tampoco hemos olvidado, nuestro reprimido recelo con los cadetes bachilleres y de Infantería de Marina, los embarques de entrenamiento de nuestros Pilotines en los flamantes buques de la extinta Flota Mercante Grancolombiana y nuestro crucero en el Buque Escuela Gloria, “pedazo de patria rodeado de mar” a Asia, Norte y Centro América, en el que permanecimos 232 días en el mar, 49 de ellos sin ver tierra, y navegamos 21.149 millas náuticas, bajo el mando del Capitán de Fragata Gerardo Polanía Vivas y del Jefe de Embarque, para entonces, Teniente de Navío Ricardo Resero Eraso.

Para terminar estos jirones de recuerdos y retazos de añoranzas, los miembros del Contingente, rendimos sentido homenaje de recordación a nuestros compañeros hoy ausentes, David Pedro Salas Sáenz; Julián Vásquez Serna; Fabio Ramírez; Gonzalo Gutiérrez de Piñeres; Álvaro Martínez Gallardo; Carlos Abel García Ramírez; Joaquín O´Byrne Duque; Álvaro Barandica; Jorge Emilio Zea; y, Jesús Morales Rivera, uno de los promotores y organizadores de este encuentro, quienes prontamente largaron cabos para enfilarse al azul de la eternidad.

Igualmente rendimos homenaje a la memoria del Capitán de Navío Ricardo Rosero Eraso, quien, probablemente, fue nuestro mayor mentor y, de quien hoy decimos:

Cuando muere un Grande del Mar, se enlutan los océanos, entristecen los vientos y se nubla el firmamento, y quienes tuvimos el privilegio de conformar su tripulación, nos sentimos reducidos, abatidos y replegados.

Por eso, un año después, seguimos en duelo ante el zarpe a la eternidad del Capitán Rosero; notorio, notable, mítico e inolvidable Jefe de Embarque y Comandante del Buque Escuela Gloria, cuyas velas aún lloran su ausencia, y, con quien, siendo Cadetes de Tercer Año, navegamos durante 10 meses por los mares del mundo.

El Capitán Rosero, fue uno de los oficiales más, brillante, distinguido y emblemático que haya tenido la Armada Nacional. Sus realizaciones y logros navales, hacen exiguo el reconocimiento y frugal el elogio, entre muchos, haber sido Fundador y Primer Comandante de la Aviación Naval.

Para nuestro Contingente y para muchos otros, fue un faro orientador y una estela confiable a seguir. El Capitán Rosero nació para liderar, y para inspirar a otros, a escalar empinadas jarcias y trazar derroteros seguros.

¡Queridos Compañeros fallecidos y Capitán Rosero, que sigan navegando con mar calmo y viento a un largo, hacia el sol naciente del más allá! Honor a sus vidas, paz en sus tumbas y sosiego a sus familias.

Concluyo diciendo, en nombre de todos y cada uno de los miembros del Contingente NR-66 y MC-23:

Gracias, ante todo, gracias a Dios y a la dulce Stella Maris, por permitirnos esta celebración. Gracias a nuestros padres y acudientes que nos apoyaron al elegir la carrera del mar. Gracias a nuestros compañeros, Luis Bernardo Castro, Mario Navas, Germán Rodríguez, Fernando Saavedra, Germán Vaca, Antonio Yidios, Roberto Noriega y, en especial, a Eduardo Posada Zamudio, por la formidable organización de este reencuentro y por tantos empeños y esfuerzos comprometidos. De igual manera gracias, al señor Teniente de Navío en uso de buen retiro, Francisco Pardo Cárdenas, quien fue uno de nuestros Guardiamarinas cuando llegamos a la Escuela, y hoy nos acompaña y oficia como nuestro Brigadier Mayor.

También Gracias, a la Armada Nacional por cuidar y preservar nuestra mar y, gracias, a nuestros compañeros, que honrando nuestro contingente, llegaron a encumbrados grados en la carrera mercante y naval, entre ellos, los señores Capitanes de Altura, Álvaro Martínez (QEPD), Alberto Cuellar, Hector Laserna, Daniel Bernal, Juan Camilo Cardona, Juan José González y Plinio Herrera; los señores Capitanes de Navío, Jesús Morales (QEPD), Joaquín Abello, Luis Carlos Orduz, Edgar Cabrera, Nelson Troncoso, Mario Navas, Nelson Fernández, Germán Rodríguez, y Eduardo Posada; y, el señor Contralmirante Jaime Barrera López; y, en especial, gracias, a la Escuela Naval por habernos formado, y a su actual Director, Señor Contralmirante Camilo Gutiérrez Olano y a su Comandante de Batallón, Señora Capitán de Fragata Liliana Ortiz Reyna, por hoy recibirnos con tanto afecto, generosidad y cariño.

A todos, gracias, mil gracias, y, buen tiempo, buen viento y buena mar.

Armada Nacional y Escuela Naval ¡Plus Ultra!

¡Qué Viva por siempre la Armada Nacional!, Qué Viva!

¡Qué Viva por siempre la Escuela Naval!, Qué Viva!

@RRJARABA

Publicado: marzo 25 de 2023

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*Rafael Rodríguez-Jaraba. NR-66-064 Se retiró de la Armada Nacional siendo Guardiamarina de 5-2. Fue tripulante del Buque Escuela A.R.C. Gloria en su crucero de 1975 a Asia, Centro y Norte América. Luego navegó por los mares del mundo como Oficial de Altura de la Marina Mercante. Actualmente es Abogado Especializado en Derecho Comercial y Financiero y Magister en Derecho Empresarial. Socio y director de la firma Rodríguez-Jaraba & Asociados. Consultor Jurídico, Asesor Corporativo, Litigante, Conjuez y Arbitro Nacional e Internacional en Derecho. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia. Columnista de periódicos, revistas y portales de opinión pública nacional e internacional.

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