En unas elecciones libres y democráticas no se gana por mucho o por poco. Simplemente se gana o se pierde, así la diferencia sea de un solo voto. Eso no se cuestiona.
Pero en Suramérica se está presentando un fenómeno que merece la pena analizar con detenimiento: la victoria estrecha de los candidatos de extrema izquierda frente a opositores con discursos marcadamente antagonistas.
Chile, Perú, Colombia y ahora Brasil. Quienes ganaron hacen parte de la corriente socialcomunista que se está imponiendo en la región, mientras que los derrotados son candidatos defensores de las libertades fundamentales de la democracia, comenzando por la libertad económica.
Durante la primera etapa del llamado socialismo del siglo XXI, Colombia fue la talanquera regional. Ya no lo es. Petro es el más dogmático y fundamentalista de todos los gobernantes de la región. El es el Chávez de ahora.
En las elecciones chilenas, Kast sacó la mayor votación en la primera vuelta. Durante el ballotage Boric le tomó ventaja cabalgando sobre el discurso de quienes patrocinaron el llamado “estallido social” y sobre el proyecto de una nueva constitución para Chile. Resultado: 55% de los votos en la segunda ronda a favor del comunista.
El año pasado, en Perú, Pedro Castillo ganó por menos de 45 mil votos frente a Keiko Fujimori. La diferencia fue mínima, el 0.26%.
Castillo llegó con el respaldo de los comunistas y de los terroristas de la banda Sendero Luminoso. Su gobierno ha sido un desastre absoluto, y hoy su índice de aceptación es del 22%.
El caso de Petro es similar. Ganó en la segunda vuelta por escasos 3 puntos porcentuales frente a Rodolfo Hernández quien logró colarse al ballotage.
El exalcalde de Bucaramanga, que es un sujeto exótico y profundamente cuestionado por sus actos de corrupción, capitalizó a favor suyo el voto “anti Petro”. Buena parte de los más de 10 millones de colombianos que sufragaron por él, lo habrían hecho por cualquier otra opción, pues estaban, con su voto, tratando de evitar que Colombia sucumbiera ante el socialcomunismo.
La aprobación del gobierno de Petro va en caída antes de llegar a los primeros 100 días. Entre septiembre y octubre bajó 10 puntos y la economía colombiana está en suspenso. La incertidumbre es creciente, hecho que se refleja en la acelerada devaluación -del 20%-, la inflación descontrolada y, lo más grave, no se sabe cuál será el futuro de la principal empresa del Estado -que genera el grueso de los ingresos nacionales-, Ecopetrol.
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En las últimas horas, por un margen muy apretado, Brasil eligió al corrupto Luis Ignacio Lula Da Silva una vez más como su presidente. Menos de dos puntos de ventaja sobre el actual presidente, Jair Bolsonaro.
En todos los casos suramericanos donde ha ganado la extrema izquierda se presentan dos hechos notorios. El primero: que se trata de candidatos que eran opositores al gobierno que los antecedió. En ninguno de los países donde ha habido elecciones, el triunfador es un “continuista”. El segundo fenómeno: las diferencias minúsculas entre el ganador y el perdedor, realidad que alienta la polarización y, por supuesto, facilita que los socialistas se radicalicen y pretendan gobernar cometiendo arbitrariedades, sin reparar en que la mitad de sus gobernados no comparten sus ideas.
En Colombia un sector de la oposición a Petro aceleradamente ha señalado a Iván Duque de ser el “responsable” de la victoria del actual presidente de la República. La acusación es fácil de vender ante un público irreflexivo, pero al analizarla con detenimiento pierde todo el sentido. El asunto es de fondo. En la región hay un preocupante reverdecimiento del socialismo del siglo XXI que es el responsable del empobrecimiento de los Estados, de la pérdida de libertades, tragedia que está íntimamente ligada con el marchitamiento de la democracia.
En Colombia, Petro era opositor de Duque. En Chile, Boric era un feroz enemigo de Piñera. En Perú, Castillo representaba el anti establecimiento y en Brasil Lula adelantó una implacable oposición a Bolsonaro. Desafortunadamente la región, con excepción de Ecuador, Paraguay y Uruguay, ha quedado pintada de rojo. Las consecuencias las pagarán los pueblos que sufrirán los rigores de unos regímenes desmarcados de los principios fundamentales de la democracia liberal.
Publicado: noviembre 2 de 2022
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