Este comienzo de siglo nos ha traído grandes retos y dificultades. La pandemia, el hambre extrema, la crisis energética, pero tal vez lo que más nos debe preocupar, es la crisis de valores. Nuestra sociedad se encuentra en un periodo de cambios acelerados en el que muchos de los méritos que tenían vigencia parecen no responder a las necesidades del momento. Las características del ambiente social dificultan vivir de manera coherente la libertad y la dignidad humana. Hay un clima de caos, confusión y anarquía generado adrede con estrategias como el cambio del significado de las palabras, la creación de un nuevo lenguaje, la creación de estereotipos, la estigmatización de valores, etc.
En el caso específico de la mujer, existe confusión acerca de cuál debe ser su verdadero papel en la sociedad. Por un lado persiste el machismo, que subestima la capacidad y el liderazgo de la mujer, por otro las corrientes feministas extremas que en su rivalidad con el hombre deconstruyen conceptos fundamentales como la familia, la dignidad femenina, la maternidad e incluso la vida misma.También, estamos quienes tenemos la certeza que la mujer es la piedra angular de la sociedad, la principal educadora en valores y humanizadora por excelencia de la sociedad. El feminismo extremo es una interpretación marxista que nace de su afirmación de que la historia es una lucha de clases, de opresor contra oprimido, en una batalla que se resolverá solo cuando los oprimidos se percaten de su situación, se subleven e impongan una dictadura de los oprimidos. Todo esto con el fin de la construcción de una nueva sociedad sin clases y sin sexos ya que estos, según ellos presumen desigualdad.
De aquí que las propuestas que hacen algunos sectores evidentemente no tienen el propósito de mejorar la situación de la mujer, si no, separar la mujer del hombre y destruir la familia, ya que para ellos es una gran amenaza en su objetivo de deconstruir la sociedad. En su afán de lograr una sociedad sin clases y sin sexos, se han empeñado en destruir el lenguaje, las relaciones familiares, la sexualidad, la educación, la religión y la cultura. La realidad demuestra que el hombre y la mujer tienen distintas características, como la forma de percibir el mundo, de juzgar, de actuar, de sentir; lo que posibilita la complementariedad entre ambos.
Es claro que el fundamentalismo político, religioso o cultural convierte a la mujer en blanco de la violencia extrema, ya que somos nosotras las transmisoras de la cultura, las creencias e insisto, los valores. Una sociedad justa que respeta la dignidad, valora la diferencia de cada hombre y mujer, ofreciendo igualdad de oportunidades para el uso de sus libertades en su desarrollo integral. La mujer puede y debe humanizar la sociedad, humanizar al hombre y esto se logra en gran parte al entender que la realización no viene de la competencia, la carrera hay que ganarla juntos, hay que desarrollar al máximo el potencial de cada persona.
Publicado: noviembre 7 de 2022
5