Al tenor del discurso oficial, el gobierno colombiano considera irracional la guerra contra las drogas y da a entender que no continuará librándola, pues declara de hecho su capitulación. Pero Colombia está solemnemente comprometida ante la comunidad internacional por la Convención de Viena de 1988 promovida por las Naciones Unidas contra el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas.
Resulta, pues, un muy mal precedente respecto de nuestras relaciones internacionales que en en el escenario de la Asamblea General de la ONU el supremo director de las mismas manifieste sin lugar a duda alguna que no seguirá dando cumplimiento a dicho estatuto internacional, que es de enorme importancia para nuestro país, dado que somos el principal cultivador de coca y el principal productor de cocaína en el globo terráqueo.
Sostuve en un escrito precedente que lo que tocaba dentro de tal premisa era la denuncia de la Convención, según lo estipulado en su artículo 30. Otra alternativa podría consistir en convencer a los Estados que son parte de la misma para reformarla, admitiendo la legalización del cultivo de coca, el procesamiento de sus hojas, el transporte de la cocaína y su distribución, lo que con toda seguridad estaría condenado al fracaso o resultaría a todas luces enormemente dispendioso.
Por supuesto que los temas de la Convención están abiertos al debate público, pero el modo de abordarlo no es evidentemente el que eligió nuestro vocero, quien resolvió afirmar que los daños que produce el consumo de cocaína en la salud pública son inocuos si se los compara con los que se derivan del petróleo y el carbón.
La suya acerca de estos temas es una visión apocalíptica que sus promotores dicen sustentarla en bases rigurosamente científicas. Pero, en realidad, se trata de hipótesis todavía sujetas a discusión entre los hombres de ciencia. Más que de una verdad de a puño llamada a imponerse sin lugar a dudas sobre la mente de los profanos, se trata de un dogma ideológico promovido por la agenda globalista.
Sobre la misma, recomiendo a mis lectores que sigan las documentadas exposiciones de Omar Bula Escobar en el siguiente enlace de Youtube:https://www.youtube.com/resultssp=mAEB&search_query=omar+bula+escobar+youtube)
Esa agenda cuenta con el apoyo de círculos internacionales más o menos discretos, por no decir secretos, que aspiran a cambiar radicalmente la ordenación de las sociedades para someterlas a un Nuevo Orden Internacional (NOM). Hay fuertes indicios de la vinculación y quizás la sumisión de influyentes personalidades del escenario político colombiano, tales como nuestro actual titular de la presidencia, a esas preocupantes instancias.
Programas como el decrecimiento económico, la erradicación del extractivismo, la disminución del tamaño de la población, su pauperización como medio efectivo de control, etc. tratan de imponerse así sea a través de medios coercitivos. Lo que anida tras ellos es un designio totalitario, como el que impera en Cuba o en Corea del Norte.
A propósito de ello, este último y no el de Corea del Sur, parece se el modelo que inspira las tendencias políticas dominantes en la Colombia de hoy. Hay síntomas que suscitan preocupación acerca de lo propenso a la autocracia que parece ser el actual árbitro de nuestros destinos colectivos. Ya se dice, por ejemplo, que si fracasan sus iniciativas ante el Congreso, tratará de imponerlas de modo autoritario a través de los estados de excepción.
Leo en la actualidad la muy documentada y analítica biografía de Hitler que publicó Ian Kershaw y no dejo de preocuparme por las inquietantes similitudes que median respecto de la trayectoria política de quien hoy nos gobierna.
Como lo han señalado Eduardo Mackenzie y Luis Guillermo Vélez Álvarez, es en las calles donde se juega la suerte de Colombia. Por eso, hay que recomendarles a los que puedan hacerlo que salgan a marchar mañana abrumadoramente en las principales ciudades.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: septiembre 26 de 2022
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