Mientras en Alemania o Francia se trabaja en reducción de impuestos para bajar la inflación, el gobierno de Petro avanza con su nefasta reforma tributaria, que será inflacionaria y destructora de puestos de trabajo. ¿Y para qué? Para bombardear al pueblo con subsidios que son comida para hoy y hambre para mañana. En Argentina se les fue la mano subsidiando a 30 de los 50 millones de habitantes y destruyeron la economía: nadie quiere trabajar. El presidente Fernández ya no sabe qué hacer.
Aquí Petro nos metió el cuento de que solo pagarían su reforma los que ganen más de 10 millones mensuales, algo así como el 2,4% de la población, pero incluyó un gravamen a las bebidas azucaradas y los alimentos ultraprocesados que recaerá en los más pobres y no en la gente de estrato seis, ya que estos alimentos pesan casi cinco veces más en la canasta de los pobres que en la de los ricos, por lo que serán los de menos recursos quienes terminen pagando ese impuesto del 10% a las gaseosas y demás bebidas azucaradas, a las papitas, las galletas, el chocorramo y todas esas comidas empacadas que se consumen habitualmente.
Y es que como Petro no puede ocultar su malquerencia por la industria azucarera la castiga con un impuesto que, según dice, «no es para recaudar plata sino para que la gente no tome tanta gaseosa». Así, al estilo totalitario, el gobierno pretende decirnos qué comer y qué beber. Pero lo peor es que al subir los precios de esos alimentos y bebidas, su consumo se reduciría afectando el ingreso de miles de empresitas que viven de hacer morcilla, pastelitos dulces o refrescos en polvo. También se afectarán los ingresos de las tienditas de barrio y de miles de vendedores ambulantes, todos los cuales sobreviven de las ventas de este tipo de productos. Sin duda, el desempleo crecerá enormemente.
La firma Raddar calculó que este impuesto incrementará en 1,89% la inflación y aseguró que de los 1,5 billones de pesos que se esperan recaudar a costa de los helados, el arequipe y el salchichón, sólo el 7% se generaría en ingresos altos; es decir, son los pobres y la clase media los que van a chillar. Para acabar de ajustar, en la reforma está incluido un impuesto al plástico de un solo uso, y casi toda la comida viene empacada en bolsas, como la leche, el arroz, los quesos y las carnes. Según Acoplásticos, eso podría elevar el precio del producto alrededor de un 5% en promedio.
Si a muchos no les preocupa que esta reforma ponga a las empresas a pagar casi el 70% de sus utilidades, podrían pasar la página y considerar el desempleo que va a causar la medida de volver a implementar el recargo nocturno a partir de las seis de la tarde, o el recargo del 100% para los días festivos y no del 75% como está ahora. Pero nada tan aterrador como lo propuesto por la filósofa ministra de Minas y Energía, quien espera que las reservas de gas se agoten en siete u ocho años y no haya más exploración para traer el gas de Venezuela, como si ese no contaminara y nos lo fueran a regalar.
La abominable reforma tributaria de Petro, y casi todas sus medidas, tienen como muletilla el cuento de que «Colombia es uno de los países más desiguales del planeta», y con ese pretexto nos van a castrar de pie, nos van a desmantelar el país. Si una semana les bastó para tantas barbaridades —como echar a 50 generales—, ¿qué futuro nos espera?
Publicado: agosto 16 de 2022
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