Como era de esperarse, la Reforma Tributaria de Petro crea todas las condiciones para propiciar una masiva fuga de capitales del País. La asfixia impositiva que se propone es desmesurada y, adicionalmente, se eliminan los incentivos a la inversión que tanto han ayudado al crecimiento de Colombia. Un desastre total.
Desde siempre la izquierda ha visto al empresario/inversionista como un enemigo. No solamente por el resentimiento innato que conlleva su lucha de clases, sino por la obsesión de quitarle su patrimonio vía impuestos.
Bajo esta concepción se parte de la base que es el Estado, y no el mercado, quien debe estar a cargo del direccionamiento de la economía y la superación de las brechas sociales, lo cual es usado como punto de partida para la renombrada distribución de la riqueza que no termina haciendo nada distinto a distribuir la pobreza.
Y claramente eso es lo que hace esta reforma. Con el proyecto un empresario/inversionista terminará pagando, en conjunto como persona natural y jurídica, una tarifa de renta corporativa del 35%, IVA del 19%, impuesto de industria y comercio y predial que varía dependiendo la ciudad, renta de persona natural, ganancia ocasional y dividendos cuya tarifa oscilará entre 19% y 39% e impuesto al patrimonio.
En total, ocho tributos que consolidan una de las tasas efectivas de tributación más altas del mundo y que le quitan por completo el atractivo a Colombia como destino de inversión. Y por si esto fuera poco, se desmontan los incentivos de la industria hotelera, el agro, las producciones cinematográficas, las mega inversiones, la vivienda VIS y VIP y el sector inmobiliario.
Una afectación sin precedentes que dejará coja la economía nacional. En este contexto, entre otros aspectos, ¿cómo pretende el Gobierno que a través del turismo se sustituyan las rentas que produce la industria petrolera cuando se eliminan todos los incentivos tributarios que han hecho posible que este sector crezca?
De hecho, si Colombia pasó de 1.5 a 4.5 millones de turistas extranjeros de 2002 a 2019 no fue solamente por el mejoramiento en las condiciones de seguridad, sino por las facilidades que se les dio a los hoteles y demás actores del sector para que trajeran sus recursos a Colombia.
En últimas, lo que la izquierda no entiende, en parte por su falta de pragmatismo económico y su odio visceral contra el empresariado, es que subirle los impuestos a los más ricos no necesariamente genera en un mayor recaudo. Nadie va a aguantar el hecho de asumir los riesgos innatos de los negocios y exponer su capital en proyectos productivos para que el Estado se apropie de más del 70% de la renta para financiar un gasto público desmesurado.
En un mundo globalizado y competitivo los inversionistas sencillamente toman su dinero y se lo llevan a otra nación que les ofrezca mejores condiciones. Las fugas de capitales son reales y comienzan con este tipo de proyectos radicales que causan una afectación especial en los sectores vulnerables. Al fin y al cabo, mientras los empresarios trasladan su patrimonio a otros países, los colombianos de a pie se quedan sin fuentes de empleo.
Publicado: agosto 17 de 2022
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