Abundan ahora los que piensan con el deseo acerca de Gustavo Petro, el secuestrador-presidente. Proclaman, a los cuatro vientos, que hay que ser positivos y anhelar que a Petro le vaya bien para que, en consecuencia —dicen—, a Colombia le vaya bien. Sobra decir que estos optimistas no comparten la reacción precipitada de miles que están sacando sus ahorros al exterior.
Todo indica que creer en un buen gobierno de Petro es un asunto de extrema ingenuidad, pero aun no está claro si él pretende hacer cambios extremos como Chávez, o si se contentará con transformaciones moderadas como las de Lula da Silva, Rafael Correa, Evo Morales o López Obrador. Si su comunismo será radical o una versión light.
También dicen que en sus primeros meses deberá pisar con cautela y rodearse de personas que no generen desconfianza para, acaso, adormecer al país y poder proceder con la cirugía. Así que este resto de año lo veremos hablando suave, abrazando a Uribe y conciliando con el perro y el gato, pero a partir de enero la cosa será a otro precio. Claro que el asunto no arrancó tan bien nombrando de canciller a alguien tan cercano a las Farc como Álvaro Leyva Durán.
Valga decir que las cosas se podrían acelerar gracias a la genuflexa actitud de algunas fuerzas parlamentarias que ya doblaron la cerviz tan solo con oler la mermelada. Los corruptos partidos Liberal y de la U corrieron a bajarse los pantalones y se sumaron a las fuerzas gobiernistas, o sea que no harán oposición, como tampoco un sector del conservatismo que también se entregó sin mucha vergüenza.
Así que el «cambio» que pregona Petro se hará con lo más rancio de la política colombiana, a la que luego se quitará de encima cuando le hayan aprobado una Asamblea Constituyente y ya no necesite a los vendepatrias. Antes de eso, estos sujetos habrán pasado por una prueba de fuego como es la reforma tributaria de 50 billones que Petro acaba de aumentar a 75 en una entrevista. Hay que recordar que la reforma de Carrasquilla y Duque, por la que las huestes petristas incendiaron el país, se consideró muy osada al pretender una recaudación de ‘tan solo’ 23 billones.
En realidad, será difícil que con una meta tan ambiciosa de 50 billones (o de 75), Petro ponga a chillar solo a los ricos, muchos de los cuales están haciendo maletas. La clase media también se verá impactada y los pobres sufrirán directamente la pérdida de empleos por las empresas que cerrarán como respuesta a una tributaria que castiga el emprendimiento.
Esa Constituyente involucrará grandes reformas —a la justicia, a la Policía y las Fuerzas Armadas, a la explotación de recursos naturales, al Congreso, a la salud, al sistema pensional, al himno, el escudo y la bandera…— y, por supuesto, incluirá la reelección presidencial inmediata e indefinida, que llevará a millones de personas a Disneylandia por la ruta del Darién.
Y cuando el presidente eterno anule la producción local de hidrocarburos para depender de Venezuela a un costo tan alto que la tributaria de 75 billones sea una trivialidad, descubriremos que, en este caso, el aforismo de que «si al presidente le va bien, al país le va bien», no aplica.
No hay que llamarse a engaños: el mundo aplaudirá a Petro —y hasta le darán su Nobel— por «encabezar» la transición energética renunciando a los jugosos ingresos por la producción y venta de petróleo y gas que pagan la política social. Y forzándolo a raspar la olla para comprarle el combustible a Maduro, para echarle un flotador a la dictadura. Pero eso sería la hecatombe para Colombia. La verdad es que si a Petro, con sus planes, le va bien, estaremos chillando todos.
Publicado: junio 28 de 2022
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