El próximo domingo se decidirá la suerte de Colombia. Los resultados de la elección presidencial determinarán si la nuestra continuará siendo una democracia liberal o entrará por el camino de las que ahora con cierto eufemismo suelen llamarse las democracias iliberales, que se acercan al totalitarismo liberticida.
Si triunfare Rodolfo Hernández, como lo deseo, nuestra institucionalidad no se verá afectada por iniciativas delirantes inspiradas en ímpetus revolucionarios. Cosa diferente resultaría de una victoria de Gustavo Petro, que por más que intente ocultar sus verdaderas intenciones no deja de verse, según ha dicho Felipe López Caballero, como «un lobo con piel de lobo».
Por varios conductos obran ante jueces foráneos unas denuncias criminales que lo acusan de haber participado al menos como cómplice en innumerables crímenes atroces cometidos por el M-19, de los que no ha reconocido responsabilidad alguna ni muchísimo menos arrepentimiento. Bien se dice que aparenta ser un guerrillero desmovilizado que abandonó las armas, pero no su ideología radical.
Muchos tememos que tarde o temprano impulsaría cambios a la postre inspirados en el castro-chavismo, destructores del régimen político, económico y social. Cuba y Venezuela figuran hoy dentro de los países más miserables del mundo, y hacia ese bajo nivel nos llevarían probablemente las alocadas iniciativas petristas.
Esas iniciativas no siguen las directrices que antaño motivaron al Partido Liberal, como tampoco las de la social-democracia de cuño europeo. Su matriz se encuentra en el Socialismo del Siglo XXI promovido por Fidel Castro, Lula y Chávez, cuyos resultados han sido catastróficos.
La democracia, tal como la hemos concebido a lo largo de años, se vería severamente afectada no sólo por las ideas, sino por el talante de Petro. Quienes lo conocen de cerca no vacilan en alertar sobre sus actitudes despóticas y arbitrarias que lo muestran inclinado a la autocracia.
En rigor, su concepción de la democracia, a la luz de lo que exhiben sus intervenciones públicas, puede calificarse como tumultuaria. Lo suyo no es la democracia fundada en individuos racionales y debidamente informados que deciden después de sopesar las diferentes alternativas que se les presenten, sino la de las masas vociferantes dominadas por emociones y proclives a la imposición por la vía de la fuerza bruta bajo la conducción de un líder mesiánico. Es lo que vimos en los desórdenes que promovió hace dos años. Bajo un gobierno verdaderamente celoso del imperio de la autoridad, Petro y sus secuaces hace rato estarían procesados y castigados por tamaños desmanes.
No conocemos todavía la composición del congreso que elegimos en mayo. Es probable que el petrismo no tenga ahí la mayoría. Eso para él sería un detalle sin importancia, pues sabe que los congresos se compran. Y a los remisos los presionaría por todos los medios a su alcance. Lo mismo sucedería con la prensa. Ya ha amenazado con lanzar a las muchedumbres contra quienes no se hinquen
ante sus designios.
Las advertencias sobre los riesgos que bajo un gobierno suyo correrían nuestra democracia y nuestras libertades están sólidamente fundadas. El mayor peligro se cierne sobre el régimen económico fundado en la propiedad privada, en las iniciativas de los emprendedores, en la libre contratación y en el mercado. Su antipatía respecto de la libertad económica es patente. Siguiendo un dogma postulado por ciertos antecesores suyos en el liderazgo izquierdista, piensa que ella es radicalmente incompatible con una sociedad igualitaria. Y su idea de la igualdad es la nivelación por lo bajo. Circula en efecto, videos en que sostiene que el ideal es que la producción se limite a lo estrictamente necesario y que a los pobres hay que mantenerlos en el nivel de la mera subsistencia, pues cuando mejoran ostensiblemente sus niveles de vida se vuelven inmanejables y se inclinan hacia la derecha.
Es una doctrina que ha hecho carrera incluso en ciertas tendencias de la izquierda católica, que consideran que el anticonsumismo de los regímenes comunistas es más acorde con el ideal de la pobreza evangélica que la libertad de elección del consumidor que promueve la economía de mercado.
No se sabe a ciencia cierta cuál es la orientación de Petro respecto de las cuestiones últimas de la existencia. En algún momento se ha declarado lector de Foucault, lo que no acredita su buen juicio intelectual, pero su oportunismo lo ha llevado a declarar en una página oficial que la religión que profesa es la de la teología de la liberación. Vale decir: marxismo revestido del ropaje de cierta versión extremista y distorsionada del Evangelio.
Nadie le ha pedido explicación por ese disparatado discurso en que declaró que lo suyo entraña un pacto con Satanás o, si se quiere, con el Jesús amigo de los pobres. Su mente es más que confusa, perversa.
Como dice el editorial de El Colombiano de hoy, el voto es libre y debe emitirse en conciencia. El que decida votar por Petro, que se atenga a consecuencias que repercutirán sobre todos nosotros.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: junio 19 de 2022