(En homenaje a Padres e Hijos Padres, reedito está columna que publicaron periódicos y portales de opinión hace 2 años y cuyo contenido hoy se mantiene vigente)
Cuando era niño le pregunte: “Papá, por qué Colombia es subdesarrollada”, a lo que me contestó: «Rafael, el subdesarrollo es un episodio temporal; es una etapa previa al desarrollo que se debe transitar. Algún día Colombia será una nación desarrollada y próspera”.
Mirándome a los ojos prosiguió: “La educación es la base del desarrollo. La educación transforma y ensancha la mente, forja el espíritu, ennoblece el carácter y modera la pasión; pero la educación que verdaderamente transforma, es la cultural, fundamental e integral. No basta la del conocimiento, es necesario educar la mente, el alma y el mismo corazón”.
Luego agregó: “Recuerda siempre, que Dios nos da libertad para discernir y elegir, y qué, antes de tomar decisiones podemos hacer análisis de consecuencias. Por eso, nunca decidas sin previamente evaluar lo decidido; y también recuerda, qué al tomar decisiones, más vale la virtud de tu corazón, que la ciencia y la sabiduría de tu mente”.
Terminó su amorosa prédica diciéndome: “Rafael no olvides, que la disciplina es mejor que la inteligencia, con la primera se consigue la segunda; y para que seas plenamente feliz, nunca esperes nada, pero entrégate entero a lo que hagas, así, al final todo te llegará”.
Crecí, me hice adolescente y luego adulto, y Colombia siguió estacionada en el subdesarrollo.
Al parecer mi papá me engañó, o al menos, nunca me dijo, que para salir del subdesarrollo se requerían gobernantes pulcros, capaces, sinceros y coherentes, que pensaran más en el bien común que en el propio; que fueran estadistas y no tan solo políticos fugaces; que pudieran entender que sin educación no hay desarrollo; y, que la paz es el resultado natural del respeto, el orden y la justicia, y no de la impunidad.
Mi papá olvidó decirme, que el subdesarrollo no es la falta de recursos y tecnología, sino resultado del facilismo, el conformismo y la resignación. También olvidó advertirme, que mientras nacieran niños sin posibilidades de manutención y educación, Colombia seguiría estacionada en el subdesarrollo. Nada de eso me dijo, quizás avergonzado y esperanzado en que mi generación pudiera hacer lo que la suya no pudo.
Pasaron los años y cuando mis hijos crecieron me preguntaron: “Papá por qué Colombia es subdesarrollada”, a lo que les respondí: “Nuestros gobernantes no han entendido que la mayor debilidad humana, es la falta de educación; y que su ausencia, fractura la sociedad, distancia a los ciudadanos y perpetúa la violencia y la pobreza”
Voy camino a ser adulto mayor y Colombia sigue siendo subdesarrollada como cuando importuné a mi papá con mi pregunta y aburrí a mis hijos con mi respuesta.
Al final, y a pesar de todo, creo que mi papá no se equivocó, ni me engaño; los que nos equivocamos y engañamos somos los que elegimos a los gobernantes que nos traicionan y desgobiernan, y, además creo, como creo en Dios, que el subdesarrollo no es una predestinación sino una elección.
Los colombianos seguimos sin entender, que la educación es la cimiente del progreso y que en ella debe primar la formación sobre la información. Requerimos de maestros formadores y nos sobran profesores informadores. Necesitamos que la educación siembre virtud en mentes y corazones, y en ellos plante la semilla de la exigencia, la excelencia, la superación, el emprendimiento la disciplina y el orden.
Seguimos indiferentes ante al aumento desbordado de la población más vulnerable, ignorando, que mientras sigan naciendo colombianos sin posibilidades ciertas de educación y establecimiento, no cesará la pobreza y la violencia.
Estoy seguro que mi papá nunca imaginó, que en el año 2020 el 30% de los niños que nacerían en Colombia no serían reconocidos por sus padres; tampoco, que la mitad de la población devengaría el salario mínimo, que el 40% de los hogares pobres serian sostenidos por madres solteras, que los campos de Colombia serían un frondoso vergel de cultivos de coca, que seríamos el mayor productor de drogas ilícitas, y mucho menos, que resurgiría el comunismo, y que una minoría criminal determinaría el futuro de la nación, gracias a la traición de un gobernante que entronizó la más cínica y desvergonzada impunidad.
Pregunto a mis pacientes lectores: ¿Qué clase de patria hemos construido y qué clase de educación tenemos? … Yo diría, la propia para mantenernos en el subdesarrollo.
Cómo me hubiera gustado vivir en otra época y en una nación en la que se respetara la ley, la autoridad y el querer y la voluntad de la inmensa mayoría; donde la sinrazón no fuera la razón; y, en donde reinara la educación, la disciplina y la cordura. Pero aquí nací y aquí permaneceré, y no me resigno ni acostumbro a la indiferencia, a la indolencia, a la tolerancia y a la neutralidad cómplice frente al despropósito, el desvarío y el delito.
Perdón por soñar con una patria pacífica, educada y culta; con una democracia sólida con instituciones pulcras, respetadas y respetables; y, con una sociedad en la que reine el respeto, el orden y la ley, y no la envidia, el odio, el rencor y el resentimiento. Perdón por soñar con una nación civilizada y progresista, en la que su población rechace, repudie y condene el populismo, el comunismo y la criminalidad.
Pero esa patria soñada no es precisamente Colombia, y para lograr que algún día lo sea, no debemos dejar de educar y trabajar.
Es tiempo de sumar y edificar, no de restar y destruir.
Termino estas crudas letras rememorando las palabras esperanzadoras de Federico de Amberes: “A ninguna nación le falta capacidad para progresar, lo que a muchas les falta son gobernantes honestos y capaces de tomar decisiones para lograrlo, y que tengan claro, que no hay mayor debilidad humana y causa de atraso, pobreza y confrontación, que la falta de educación”.
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*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor, Asesor y Litigante. Conjuez. Árbitro. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.
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