Recuerdo que en 1974, cuando se enfrentaron para aspirar a la presidencia Alfonso López Michelsen, Álvaro Gómez Hurtado y María Eugenia Rojas, después de hacer una presentación ante la Junta de Dirección General de la Andi, en la que yo actuaba como secretario, el primero de ellos me comentó cuando lo acompañé hasta el ascensor que la confrontación, sobre todo entre él y Gómez Hurtado, era algo así como la competencia entre la Coca-Cola y la Pepsi-Cola.
No podemos decir lo mismo acerca del debate electoral que hoy opone a Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.
Aunque uno y otro prometen introducir cambios sustanciales en el régimen colombiano, no hay entre ellos el acuerdo sobre lo fundamental que es indispensable para adelantarlos armónicamente, pues sus visiones sobre la sociedad y cómo mejorarla difieren de modo ostensible. Pueden estar de acuerdo sobre ciertos datos, como las dimensiones de la pobreza que afecta a millones de nuestros compatriotas, pero a partir de ahí las soluciones que ofrecen se orientan por caminos muy distintos.
Hay quienes piensan, no sin algunas razones de peso, que la contienda se da entre dos populismos, si bien esta categoría politológica no es del todo clara.
Sea de ello lo que fuere y aceptando en gracia de discusión que esas apreciaciones son acertadas, conviene detenerse en el fondo de cada una de estas tendencias para evaluarlas y decidir con sensatez acerca de cada una de ellas.
Yo tengo claridad sobre lo que ofrece Petro, no obstante la telaraña de mentiras e imposturas que rodea su discurso.
No es verdad que su proyecto se enlace con la Revolución en Marcha que promovió López Pumarejo entre 1934 y 1938, a la que Eduardo Santos le impuso una pausa entre 1938 y 1942. La izquierda liberal que por esas calendas adelantó los cambios que quedaron impresos en la Reforma Constitucional de 1936 podía inscribirse dentro de la Social Democracia, que era objeto de ásperos reproches de parte de los comunistas. Lenin llamaba «social-traidores» a sus partidarios. Echandía, Gaitán y otros ideólogos de esa izquierda liberal estaban más cerca del socialismo francés o el laborismo británico que de los bolcheviques. Su ideario liberal los alejaba de estos últimos.
Petro es comunista, aunque trate de ocultarlo. Sus antecedentes así lo acreditan sin lugar a discusión. Se hizo revolucionario desde la adolescencia, cuando militó en el M-19. Este funesto movimiento se desmovilizó y convino la paz bajo los gobiernos de Barco y de Gaviria. Muchos de sus activistas evolucionaron hacia posturas más moderadas y de hecho se adaptaron a nuestro régimen, que no es ajeno a cierta tendencia izquierdizante. Pero no es el caso de Petro, que, como ha dicho Fico, pudo haber abandonado las armas, pero no desmovilizó su espíritu. Cuando le reprochan su pasado guerrillero monta en cólera y se exalta justificando la rebeldía juvenil. No más ahora, cuando le acaban de preguntar por lo que haría en caso de perder la elección presidencial, respondió que retornaría a su juventud.
Petro es figura descollante dentro del Socialismo del Siglo XXI. La distancia que parece mostrar respecto del régimen venezolano es para no perder votos. Pero sus nexos con el régimen cubano, que es el gran motor de ese movimiento continental, son nítidos. No es posible dudar de que el ideal de sociedad que lo anima no es otro que el que se ha impuesto en Cuba. Los que lo siguen, de modo consciente o inconsciente, quieren instaurar en Colombia un régimen calcado del de la Isla Prisión. Si gana la presidencia, tarde o temprano dará los pasos para poner en obra tan perverso proyecto.
El que vote el 19 de este mes por Petro tiene que saber que lo hace para seguir los pasos de Venezuela, Nicaragua, Chile o Perú, todos ellos manipulados por la dictadura cubana. Quizás Petro sea apenas una ficha que moverán acá Cepeda, que creo que sería la eminencia gris de su régimen, así como los Comunes y, algo más allá, el ELN. El que quiera formarse una idea de cómo es un estalinista de pura cepa, fíjese en aquél. Es tenebroso a más no poder.
«Guardaos de los falsos profetas», a quienes «por sus frutos los conoceréis», dice con su proverbial sabiduría el Evangelio. Petro es uno de ellos. No en vano ha perorado en una plaza pública que lo suyo entraña un «pacto con Satanás». Para cumplir lo que promete hará de Colombia un infierno.
La propuesta de Rodolfo Hernández es muy diferente. Lo que ofrece es un Estado austero, libre de corrupción, que actúe de modo eficaz y eficiente para resolver los más apremiantes problemas de nuestras comunidades. No entraña amenaza alguna para la democracia que tenemos ni para las libertades que consagra la Constitución. Desde luego que su programa suscitará conflictos, sobre todo con la clase política y sus paniaguados, pero el éxito que obtenga redundará en bien de todos, especialmente los más necesitados.
Como escribí hace unos días, que cada elector pese y compare lo que entrañan los respectivos programas de Petro y de Hernández. Su voto es, ahora sí, decisivo para la suerte de Colombia. No equivale a elegir entre dos bebidas gaseosas, sino entre un tósigo (Petro) y un tónico (Hernández).
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: junio 7 de 2022
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