Recuerdo que Diomedes Díaz, en sus últimos años, solo podía vencer la borrachera en sus presentaciones dándole besos a una figurita de la Virgen del Carmen que, con cierto disimulo, se restregaba contra la nariz para esnifar la cocaína que en ella camuflaba. En segundos contrarrestaba la borrachera para seguir cantando, tomando y metiendo, en un círculo interminable.
Eso vino a mi memoria viendo a Petro. Su borrachera en las tarimas de los pueblos es inocultable, pero ha aparecido un video en el que uno de sus guardaespaldas le entrega algo en su mano con una sonrisa cómplice, como cuando le pasaban la virgencita a Diomedes, y entonces Petro se frota la nariz y el rostro como quien no quiere la cosa, con la certeza de que nadie se enteró y de que no dejarán de votar por él cuando se enteren.
Esa es la realidad. Colombia está a punto de elegir como presidente a un borracho, a un drogadicto, a un mitómano compulsivo, a un individuo cuya salud mental está en franca duda. No puede desdeñarse lo narrado por Íngrid Betancur, quien en los noventa lo vio, en una embajada en Europa, tirado en el suelo sumido en una grave depresión.
Entonces, no es solo que el candidato por el que se la juegan las mayorías, sobre todo la juventud inexperta e ignorante, maneje un ideario calamitoso que solo ha producido desastres donde se ha implementado, y que además sea una mala persona, un hombre sin escrúpulos, como lo han dicho muchos que han trabajado con él (verbigracia, Piedad Córdoba, Carlos Gaviria Díaz, Jorge Enrique Robledo, Antonio Navarro Wolff, Daniel García Peña y muchos más), sino que se trata de un enfermo —alcohólico y drogadicto para más señas—, y probablemente una persona con trastornos psicóticos.
Como si fuera desdeñable su comportamiento, cada vez es más claro el carácter conflictivo que tendría un gobierno suyo. Por donde se le busque, a Francia Márquez —la llanta de rep0uesto— le salen reparos a su aspiración vicepresidencial, pero no se admite confrontación ni debate sobre esos temas. Ahora resulta que su familia posee y explota minas de oro de forma artesanal, lo que no concuerda con su activismo en contra de la minería. Otra muestra de que para la izquierda todo juicio moral es relativo.
Si una figura pública sale en sus redes a elogiar a Gustavo Petro, es elevado a los altares del progresismo, pero si se manifiesta en contra como Egan Bernal, es matoneado por las bodegas del candidato y calificado como enemigo público de su cuasi segura administración.
Si alguien de «derechas» hace supuestos pactos con delincuentes, aun sin estar probados como en el caso de Luis Alfredo Ramos, es condenado a prisión y denostado como un gran criminal. Pero resulta plausible que la campaña de Petro negocie perdones a cambio de votos con los peores criminales en las cárceles. Que la hermana de Piedad Córdoba introduzca dinero a La Picota entre las piernas no despierta la menor crítica, como tampoco que el paramilitar Mancuso aplauda el «perdón social» de Petro y se acoja a él.
¿A qué horas perdimos el país así y permitimos que se relativizara todo? ¡Las Farc en el Congreso y Álvaro Uribe Vélez con un pie en la cárcel! Con toda razón muchos anuncian que se irán de Colombia si Petro gana.
Publicado: mayo 3 de 2022
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