Entiendo que la política y el poder despierten las más agudas diferencias, los odios más profundos, los intereses más inimaginados, pero que un criminal de la peligrosidad de alias ‘Otoniel’ logre dividir al país, si es la prueba que estamos viviendo en medio de un manicomio; porque se necesita estar alienado para ubicarse del lado de ‘Otoniel’.
Recuerdo el día que el país conoció la noticia de la muerte de Pablo Escobar (2 de diciembre de 1993). Ese día, un jueves, la nación respiro profundamente. Se veía en el rostro de las personas una expresión de paz, de tranquilidad, de satisfacción. Había muerto el criminal que desbarató a Colombia, que lo dejó como un país paría, señalado en todos los aeropuertos del mundo, referente de criminalidad y coca. Pablo Escobar logró humillar y aplastar la institucionalidad, cambiar la Constitución Política para prohibir la extradición en los salones oscuros de la Asamblea Nacional Constituyente. Finalmente: cuando fue dado de baja Pablo Escobar por parte del Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional, su muerte generó paz en las miles de madres y familias que lloraron el asesinato de uno de los suyos por parte de ese monstruo.
Alias ‘Otoniel’ nació para matar. Integró el EPL, una organización criminal, de ideología marxista-leninista, que operó en Antioquia, Córdoba, Sucre, Sur de Bolívar; posterior a la desmovilización del EPL y siguiendo su vocación criminal se incorporó a la estructuras paramilitares que operaban en el Golfo de Urabá.
Tras la desmovilización de los grupos paramilitares bajo la figura jurídica de Justicia y Paz, ‘Otoniel’ se quedó de lugarteniente de alias ‘Don Mario’, Daniel Rendón Herrera, quien organizó la banda criminal ‘Los Urabeños’, con el propósito de controlar el negocio y las rutas de la cocaína que se cultiva y procesa en la Serranía de San Lucas, región que abarca el sur de Bolívar, sur del Cesar, el nordeste antioqueño, y con influencia territorial en el municipio de Puerto Wilches y Barrancabermeja, y en los departamentos de Sucre, y Córdoba.
Al ser capturado y extraditado ‘Don Mario’, ‘Otoniel’ asume el mando de lo que posteriormente se conoce como el ‘Clan del Golfo’ o las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), que en castellano es la más poderosa organización criminal que tiene el país después de las FARC y del Cartel de Medellín. Su capacidad operacional está por encima del ELN, de las mismas disidencias de las FARC, con 3.256 miembros, 1.284 de ellos armados.
El poder y la peligrosidad de ‘Otoniel’ radicaba en que controlaba el tráfico de drogas en gran parte del país. No solamente el negocio de exportación de coca, por la cual fue pedido en extradición, si no el negocio del microtráfico y la minería ilegal, que mueve igual o más dinero de la que mueven los millones de dólares que genera un kilo de coca puesto en EE.UU. o Europa.
Ese poder que ostentaba ‘Otoniel’ y que comenzarán a disputarse sus lugartenientes con acciones como las ocurridas con el “paro” que se vivió en algunos municipios de Colombia los últimos días, especialmente en las regiones que hemos mencionado en esta columna, se alimenta y crece, gracias a que en Colombia está prohibido la aspersión aérea de cultivos ilícitos, pactada en el acuerdo de La Habana y avalada por la Corte Constitucional. ‘Otoniel’ era el Pablo Escobar de esta década, el ‘Mono Jojoy’ de las FARC. Comprendo que los familiares de ‘Otoniel’ lloren su extradición, lo que no es concebible es que políticos, periodistas, analistas, clérigos, twitteros, influencers, y hasta candidatos presidenciales, lloren la extradición de ‘Otoniel’. Quedaron como las viudas de ‘Otoniel’, en busca de “Perdón Social”.
Publicado: mayo 10 de 2022
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