Bogotá tiene una particularidad bastante única. Por lo general, las grandes ciudades se desarrollaron en torno a los afluentes hídricos cercanos, tal como sucedió con el río de la plata en Buenos Aires, el Hudson en Nueva York, el Sena en París, el Támesis en Londres o el Potomac en Washington, dadas las facilidades que esto acarrea en términos de transporte, comercio y turismo.
Sin embargo, en la capital ocurrió todo lo contrario. El eje de crecimiento fueron los cerros orientales y el río Bogotá quedó en un segundo plano. Con el paso de los años este afluente quedó reducido a un vertedero de desechos industriales que solamente aportaba contaminación y malos olores a las zonas que atravesaba.
Prácticamente se volvió un motivo de vergüenza para la ciudad que le dio su nombre y poco o nada se hizo al respecto. La urbe se expandió siendo indiferente al estado del rio y nunca aprovechó el potencial que tiene un corredor hídrico que conecta la sabana de Bogotá con el rio Magdalena, el cual, vale decirlo, tampoco se ha sabido explotar económicamente.
Por eso, la descontaminación del río siempre era un tema que sonaba en las campañas a la Alcaldía pero que nunca derivaba en resultados por múltiples factores, entre los cuales se encontraban escándalos de corrupción, falta de voluntad política o errores de planeación.
Afortunadamente, la administración Peñalosa desempolvó este tema y en 2017 suscribió el acuerdo con la CAR y la Gobernación de Cundinamarca para financiar la planta de tratamiento de aguas residuales de Canoas, el cual sirvió como punto de partida para que esta semana ya se haya podido navegar un tramo de 111 kilómetros y para que el Distrito ya tenga estructurada la licitación para construirla.
De hecho, cabe señalar que la Alcaldía de Claudia López no reversó los esfuerzos hechos por su antecesor en esta materia y continuó trabajando desde una visión institucional para sacar adelante la descontaminación del rio. Y la verdad, este es el tipo de acciones que le sirven a la ciudad. Aquellas que se alejan de las diferencias políticas y se centran en viabilizar las obras que se necesitan.
Si algo ha sufrido Colombia en términos de Gobierno es la falta de políticas de Estado y Bogotá no ha sido la excepción. Por vanidades personales cada vez que llega una administración borra todo lo que se hizo con anterioridad y la única que pierde es la capital. Lo que sirve debe seguir funcionando y lo que no se tiene que cambiar.
En últimas, esa especie de pragmatismo institucional es el que permite que las grandes obras de infraesutcura se concluyan. Y aunque no se puede decir lo mismo con otros proyectos que sí estancó este Gobierno, por lo menos con la descontaminación del rio Bogotá eso no ocurrió. Ojalá que la construcción de la planta siga por buen camino y que dentro de unos años la capital encuentre en este afluente un gran motor económico y turístico.
Publicado: mayo 13 de 2022
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