Álvaro Uribe Vélez, desde el gobierno, el congreso o como líder del Centro Democrático, ha sido, a no dudarlo, decisivo para frenar la expansión del comunismo en nuestro país. Ello explica la inquina mortal que le profesan los que pretenden entronizarlo entre nosotros. La campaña bien orquestada desde distintos escenarios, en la que descuella el siniestro senador Cepeda, para desdibujar su imagen y desacreditarlo ante propios y extraños ha hecho mella ciertamente en la opinión pública, pero no lo ha amilanado y por eso lo vemos recorriendo hoy el territorio nacional para advertirnos el peligro que se cerniría sobre nuestra institucionalidad democrática si en las elecciones venideras llegare a triunfar el proyecto totalitario y liberticida de la mal llamada «Colombia Humana» que sigue al demoníaco Gustavo Petro.
A las propuestas delirantes, cada vez más alocadas, de ese dirigente tóxico, Uribe y el Centro Democrático responden con planteamientos sensatos, fincados en nuestra realidad y las posibilidades que ofrece para mejorar la calidad de vida de nuestras comunidades.
El punto de partida es la seguridad democrática, esto es, la garantía de los derechos fundamentales mediante el ejercicio firme de la autoridad sometida escrupulosamente al ordenamiento jurídico. Los promotores de la anarquía pretenden sustituirla por primeras líneas y otros grupos armados de carácter delincuencial que se imponen arbitrariamente para fines contrarios al bien común. Tanto en los núcleos urbanos como en vastas extensiones rurales hoy campean de hecho bandas de distinto pelambre que usurpan la autoridad legítima para someter a las comunidades a sus depredaciones. Hay un trasfondo que suscita esta disolución: el narcotráfico. Y es el CD el partido que con mayor decisión lo enfrenta.
El CD no es enemigo de la paz, pero tiene claridad acerca de las condiciones que se requieren para alcanzarla y preservarla. Sabe bien que sin verdad, justicia y reparación lo que se logra es apenas un simulacro que enciende nuevas confrontaciones. El tema no es finiquitar los acuerdos mal concebidos de Santos con las Farc, sino corregirlos para bien del país.
Colombia sufre el flagelo de la corrupción. Hay quienes consiguen votos diciendo, como Petro, que la quieren derrocar, pero llegan al poder y la acrecientan, como se ha visto con las alcaldías que conquistaron las izquierdas en las últimas elecciones locales. Un remedio eficaz es el Estado austero que ordena racionalmente la aplicación de los recursos fiscales y establece controles para impedir el derroche y su desviación. El CD es campeón en estas consignas, que desafortunadamente no se han mantenido con coherencia bajo la actual administración. A decir verdad, como lo escribí hace algún tiempo, hemos estado bajo un gobierno sin partido y un partido sin gobierno, lo que es causa de su desgaste ante la opinión pública.
El CD propone políticas económicas y sociales equilibradas que armonicen las necesidades del sector empresarial con las de los sectores populares. Favorece el emprendimiento privado al tiempo que la acción social del Estado para mejorar las condiciones de vida de las comunidades. No promueve, como Petro, el odio de clase, sino la cooperación de todos en beneficio de los más necesitados. La cohesión social es su consigna.
De ahí que intelectuales que antes militaron en las filas marxistas sean ahora fidelísimos seguidores del CD. Tal acontece, por ejemplo, con Alfonso Monsalve Solórzano y Libardo Botero Campuzano, que ofrecen elocuentes testimonios a través de sendos libros publicados por Alvear Editor cuya lectura recomiendo vivamente, a saber: «El Secuestro de Borge» y «Réquiem por una ilusión». En ellos se pone de manifiesto el desengaño que produce la dura realidad de la empresa revolucionaria en quienes, animados por el idealismo juvenil, la han conocido y padecido de cerca.
Como se dice en las redes sociales, si Ud., apreciado lector, quiere volver a emitir su voto en 2026, vote bien ahora. El CD no lo defraudará.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: marzo 10 de 2022
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