Colombia es un país mayoritariamente católico, pero respetuoso y garante de los distintos cultos. En 1991, los constituyentes reconocieron la multiplicidad de creencias, y desde entonces se ha permitido que aquellas establezcan libremente sus centros.
La ley 133 de 1994 es la norma que desarrolla el artículo 19 de la Constitución que “garantiza la libertad de cultos. Toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla de forma individual o colectiva. Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley”.
Lo sucedido en la Catedral de Bogotá es una clara violación por parte de las hordas petristas a la Constitución y la Ley. Aquel lugar sagrado fue tomado por asalto por un escuadrón de la estructura criminal denominada ‘Primera Línea’ en medio de la celebración de la misa dominical.
La acción fue liderada por la cabecilla de la ‘primera línea’, alias ‘Simona’ mujer señalada de participar impunemente en múltiples actos de vandalismo en la capital colombiana.
El asalto a la catedral no es un hecho aislado ni una acción de menor calado. Es un atentado abierto e intimidante contra millones de ciudadanos que profesan el catolicismo.
La historia reciente está colmada de casos en los que los cristianos han sido perseguidos brutalmente por la extrema izquierda. En los años 30 del siglo pasado, cuando los republicanos se hicieron con el poder en España, se desató una acerba persecución contra los católicos. Proliferan los casos de Iglesias profanadas e incendiadas, sacerdotes fusilados y monjas violadas por quienes eran los supuestos “progresistas” de la época.
Luego de la revolución bolchevique, el 99% de las iglesias ortodoxas fueron clausuradas. Las que no terminaron consumidas por las llamas, fueron convertidas en galpones, bodegas o establos.
Cuando Fidel Castro se hizo al poder en Cuba, ordenó la nacionalización de todos los colegios regentados por sacerdotes, clausuró revistas y periódicos católicos y expulsó a miles de curas de la isla.
Y para citar un caso bastante cercano a Gustavo Petro, bien vale darle una mirada a la brutal represión de Hugo Chávez contra la Iglesia. A través de los ‘círculos bolivarianos’, bandas criminales que operan de manera idéntica a la ‘Primera Línea’ petrista, los templos fueron atacados, asolados y, por supuesto, profanados. Chávez vio en la jerarquía católica un enemigo al que fustigó con virulencia. El obispo de Maracay, monseñor Rafael Conde fue uno de los principales objetivos del dictador venezolano que llegó al extremo de asegurar que la Iglesia “es un tumor para la revolución bolivariana”.
Horas después de que ocurriera el asalto a la Catedral, el candidato Fico Gutiérrez reaccionó en tono indignado diciendo “¡Hasta la fe nos quieren expropiar! Y así, combinando todas las formas de lucha, incendiando el país y atacando a los que piensan diferente, piensan ganar y gobernarnos…”
El presidente Duque también se pronunció en su cuenta Twitter: “Indigna la violación a la libertad de cultos, la agresión a las creencias de otros y la intención de pisotear un templo sagrado. Esto es lo que hacen los violentos e intolerantes que quieren imponer su criterio. Responsables responderán por esos hechos. La fe de todos se respeta”.
El presidente Uribe también expresó su rechazo por el asalto vandálico a la Catedral de Bogotá aseverando que “en un gobierno de Petro no habrá recinto o lugar que respeten”.
Lo cierto es que millones de colombianos que, al margen de sus preferencias políticas, profesan la fe católica han quedado notificados: sus espacios religiosos, sus momentos de recogimiento espiritual, su deber de atender la santa misa dominical estarán en la mira de los escuadrones violentos adscritos al petrismo.
Publicado: marzo 21 de 2022
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